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De los primeros 100 días de la administración de Gustavo Petro lo que realmente llama la atención es lo infantil y a ratos francamente esquizofrénica que resulta la oposición.
En redes sociales Enrique Peñalosa no cesa en sus ataques personales. La poca imaginación que emplea para comentar cualquier política se le va en ofensas ad hominem. Al presidente no lo baja de incompetente, caprichoso, inseguro e incapaz.
Con varios años menos pero por la misma senda, su pupilo Miguel Uribe Turbay protagonizó buena parte de las intervenciones menos constructivas contra la reforma tributaria. Pese a los ánimos democráticos con que el ministro José Antonio Ocampo socializó la reforma, Uribe Turbay no paró de sugerir que estábamos ante un régimen prácticamente dictatorial. En el futuro, dice, veremos un mundo de demócratas contra petristas.
Desde algunas columnas dominicales de El Tiempo y las portadas y editoriales de la revista Semana también emerge una presidencia catastrófica e inepta, que nos llevará directamente al fracaso. A la seguidilla de columnas gratuitas y los gestos de desagrado fundados en la pura animadversión hacia Petro habría que agregar la insistencia en algunos de los tropos previamente utilizados durante la campaña electoral.
De tanto repetirlos, pensarán, habrá quien termine por creerlos. Seguimos entonces a la espera del inicio de la conversión hacia el comunismo prometida por el uribismo. Y el autoritarismo ya habría iniciado. Cada que la oportunidad se presenta repiten que Petro planea eternizarse en el poder. Por supuesto, sin ninguna prueba.
Otros ejemplos podrían ser usados. Germán Vargas Lleras quizás mejore en algo la fotografía y a Álvaro Uribe, emproblemado como está con la justicia, se le ha visto más cauteloso que de costumbre. Pero el comportamiento de una buena parte de la oposición sigue siendo cuestionable.
La oposición se ejerce contra el fantasma de Petro ideado para detener su llegada a la Presidencia. Y a partir de la cuasidesaprobación de su triunfo en las urnas.
