Uno de los comentarios en redes sociales más recurrentes tras la última y tan comentada intervención televisada del presidente Gustavo Petro es que, más allá de las formas, “dice verdades que muchos no quieren escuchar”.
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Creo que eso puede ser parcialmente cierto.
En las cerca de dos horas en las que Petro habló solo y sin libreto, en discurso directo y sin opción alguna para los ministros de su consejo de ministros, en efecto, mapeó un estado de las cosas. Se le vio mucho más agudo y articulado de lo que sus críticos lo quieren hacer ver.
Habló de lo divino y lo humano, sí, e incurrió en mentiras o, cuando menos, exageraciones. Los que saben del tema de la salud exigen, por ejemplo, mejores argumentos, transparencia y buena fe en el debate que quiso plantear. También sacó a relucir, –probablemente sin querer– algunos de sus puntos ciegos más detestables en temas de raza y género.
Con todo y lo anterior, nada se asemeja al tirano borracho e incapaz que sus peores enemigos quieren pintar. Muchos críticos del excanciller que pretendía lanzar su golpe de Estado y complotista sacaron los mismos argumentos que tanto se suponía que les molestaban. Los audios en redes sociales de la intervención presidencial, acelerados a propósito y enfocando sus momentos más cansados, no son justos. Hablan más de la oposición que del propio Petro.
Dicho esto, tampoco se entiende que el presidente pretenda ser todos los ministros a la vez (Hacienda, Ambiente, Minas, Culturas y demás), portavoz de la Casa de Nariño (ministro de las Comunicaciones), opositor de sí mismo (o por lo menos de los que ha escogido para gobernar), influencer que pone agenda (lo cual logra a un precio alto) y tantas cosas más. Incluida la Cancillería, o el tema del genocidio en Palestina, sobre el que además siempre tuvo la razón, pero desde el que podría no manipular.