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Supertolerante, el suficiente

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Nicolás Rodríguez
06 de septiembre de 2014 - 12:03 a. m.
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Además de celebrar que en el tema de los toros la Corte Constitucional proteja los derechos de una minoría, algunos de los que se oponen a esta práctica han acordado que toca esperar.

Es una actividad bárbara, dicen, y ya se extinguirá. Después de todo nadie quiere perder los créditos morales que otorga el respeto a las libertades individuales. ¿Prohibir? Eso también es de salvajes.

Por supuesto, tienen razón. Pero no toda la razón. También están los animalistas, que con menos pecho republicano han salido a hablar de sangre, dolor y muerte. En sus términos, lo del toreo es apenas tortura. El animal sufre para que otros se diviertan. De nuevo: están en lo cierto. Pero su postura no permite el debate sobre el toreo.

De hecho, la retórica de la tortura es de plano la negación de cualquier debate. En el toreo no habría arte, tradición o cultura alguna. Apenas trauma. Si acaso, estaríamos ante una sofisticada cultura del dolor. Una secta. Por ello, a mucho activista se le acusa de radical, tirano y déspota: quieren imponer su escala de valores.

Entre tanto, el buen demócrata que espera a que con el tiempo la tradición española desaparezca gana puntos. Su sofisticación se ve recompensada: no sólo no le gustan los toros sino que respeta y protege a los que promueven su muerte en la plaza. Pura generosidad y comprensión. Un héroe incluyente. El mismísimo supertolerante.

¿Y la discusión? En cero. La alegre posición republicana del superhéroe liberal no la condena sino que la evita. Con sus aires de suficiencia la evade. La capotea. En adelante estaríamos ante un debate de pésimo gusto. Un asunto políticamente incorrecto. Supertolerante está por encima de todos: el animalista y el amigo del toreo le son igual de terrenales. Moralmente, él ya llegó a donde quería llegar. Desde ahí espera a todos los demás. Bárbaros los unos. Salvajes los otros.

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