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Los petardos bogotanos sonaron más duro en las redes sociales. Activado por una pequeña horda de entusiastas, el terror se expandió en tuits y mensajes de agridulce preocupación. La propia Policía tuvo que negar la existencia de una tercera explosión, que ya se daba por ocurrida.
No se sabía con exactitud qué era lo que había ocurrido (todavía no se sabe pero las miradas apuntan hacia el Eln) cuando los alfredosrangeles y las palomavalencias de siempre empezaban a hacerle eco a la onda explosiva, motivados por la buena oportunidad que brindaban los violentos.
El paso en falso hacia las Farc lo dieron todos. El moméntum no podía ser más indicado: la guerrilla venía de cebarse con Tumaco; miembros suyos fueron capturados en Nariño ad portas de otro atentado; las acciones de guerra se incrementaron; el apoyo a las negociaciones de paz va en descenso, y hasta los cultivos de coca crecieron (por razones que no caben en un tuit pero igual fueron incorporadas a la mala hora del presidente).
A algunos practicantes del botafueguismo, para empeorarlo todo, hasta se les vio convincentes. ¿Por qué Bogotá es más importante que Nariño, Cauca o Putumayo, que difícilmente ocasionan que un viaje presidencial se interrumpa? La pregunta es tan justa como tramposa.
Primero porque tienen razón. Y segundo porque Tumaco no suele aparecer en los radares de la indignación nacional antes de que ocurran hechos de violencia que generan repudio. Cuando Tumaco no tiene agua por razones ajenas a la guerra el descontento es otro. Con seguridad local, pero difícilmente nacional.
En las redes el terrorismo es un aliado natural de los interesados en el ejercicio de una política puramente electoral. Algunos candidatos a la Alcaldía, en arrebato de superhéroes de la defensa civil, hasta llegaron a uno de los lugares del petardo. A mirar de cerca. Y a ser fotografiados…también para la red.
