En las últimas semanas México, Argentina y Brasil parecen decididos a utilizar sus fuerzas armadas para solucionar problemas de seguridad que le competen a la policía. En palabras de un editorialista norteamericano: es el retorno de los militares latinoamericanos.
La hipótesis es sugestiva. Pese a su discurso inicial, el nuevo presidente mexicano, López Obrador, está más decidido a continuar con el uso de los militares para temas de criminalidad que a explicar sus propuestas de fondo para la profesionalización y mejoramiento de la policía. El tal esperado desmonte de la guerra contra el narco todavía está en veremos.
El presidente argentino, Mauricio Macri, decidido a impulsar su doctrina de seguridad y reconversión de las Fuerzas Armadas, ya arrancó su programa en Huacalera para la defensa de las fronteras y el control del narcotráfico. Macri no se ofreció a nada diferente y más bien llega a este capítulo, feliz, para quedarse.
En Brasil los militares están a cargo de la seguridad de Río de Janeiro y sus más de 1.000 favelas. El tema es nuevamente el narcotráfico, pero en pocos espacios es tan evidente el peso racial y las condiciones sociales desfavorables de las personas catalogadas como criminales.
El diagnóstico es entonces bastante probable. Los milicos están de vuelta… salvo porque ya no estamos en la era de la batalla contra el comunismo, los golpes de Estado y las dictaduras. Más que regresar, los militares del Cono Sur y de México parecerían dispuestos a copiar, con el evidente beneplácito de sus respectivos jefes de Estado, el camino recorrido por Colombia durante los gobiernos de Uribe y como consecuencia del Plan Colombia.
Esa es, quizás, una hipótesis más plausible. Lo que está ocurriendo en Brasil y México en materia de violaciones de los derechos humanos no es tan diferente de lo que presenciaron diferentes comunidades durante la política de seguridad democrática. Colombia, a la vanguardia, pone lo suyo: vuelve el glifosato.
En las últimas semanas México, Argentina y Brasil parecen decididos a utilizar sus fuerzas armadas para solucionar problemas de seguridad que le competen a la policía. En palabras de un editorialista norteamericano: es el retorno de los militares latinoamericanos.
La hipótesis es sugestiva. Pese a su discurso inicial, el nuevo presidente mexicano, López Obrador, está más decidido a continuar con el uso de los militares para temas de criminalidad que a explicar sus propuestas de fondo para la profesionalización y mejoramiento de la policía. El tal esperado desmonte de la guerra contra el narco todavía está en veremos.
El presidente argentino, Mauricio Macri, decidido a impulsar su doctrina de seguridad y reconversión de las Fuerzas Armadas, ya arrancó su programa en Huacalera para la defensa de las fronteras y el control del narcotráfico. Macri no se ofreció a nada diferente y más bien llega a este capítulo, feliz, para quedarse.
En Brasil los militares están a cargo de la seguridad de Río de Janeiro y sus más de 1.000 favelas. El tema es nuevamente el narcotráfico, pero en pocos espacios es tan evidente el peso racial y las condiciones sociales desfavorables de las personas catalogadas como criminales.
El diagnóstico es entonces bastante probable. Los milicos están de vuelta… salvo porque ya no estamos en la era de la batalla contra el comunismo, los golpes de Estado y las dictaduras. Más que regresar, los militares del Cono Sur y de México parecerían dispuestos a copiar, con el evidente beneplácito de sus respectivos jefes de Estado, el camino recorrido por Colombia durante los gobiernos de Uribe y como consecuencia del Plan Colombia.
Esa es, quizás, una hipótesis más plausible. Lo que está ocurriendo en Brasil y México en materia de violaciones de los derechos humanos no es tan diferente de lo que presenciaron diferentes comunidades durante la política de seguridad democrática. Colombia, a la vanguardia, pone lo suyo: vuelve el glifosato.