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Pese a que sobre el incendio en Comayagua circula en la red todo tipo de información, llama la atención un titular, cínico como pocos: “Investigan si en tragedia de Honduras hubo violación de derechos humanos”.
Ahí quedó retratada, en efecto, la tragedia de lo ocurrido. Ningún obituario colectivo lo habría hecho mejor. El video aficionado en el que se ve desde lejos cómo se consume la granja carcelaria es menos impactante.
En la penitenciaría nacional Comayagua, considerada por las autoridades una de las mejores, el espacio no da: 858 personas residían en instalaciones que fueron ideadas para 400. “La gente dormía pegada al techo”, confesó un exdirector de la granja. De paso, sólo uno de cada dos internos tenía condena. Entre otros, la cárcel estaba habitada por jóvenes de los que se sospecha algún grado de pertenencia a las temibles bandas criminales que pululan en Centroamérica. Pues en Honduras, un tatuaje basta para ser encarcelado.
Durante el incendio ninguno de los 11 guardias de turno en esa noche abrió las puertas de las celdas. La llegada de los bomberos, que se tomaron su tiempo, fue prácticamente inútil: sólo 30 minutos después los guardias les permitieron entrar (por aquello de los protocolos de seguridad). Los que se salvaron huyeron por los techos. Y entonces se oyeron disparos. Además de los perros ladrando, en el video aficionado retumban las balas. En total 356 personas fallecieron. En su mayoría calcinadas.
Y todavía nos hablan de la importancia de determinar si hubo o no una violación de los derechos humanos. En algunos foros de discusión, sin la cosa políticamente correcta de los embajadores oficiales del humanismo, muchos se atreven a decirlo: el que a hierro mata a hierro muere. Ese parece ser el trasfondo de la tragedia, o la tragedia misma: a nadie le importa. Son criminales.
Está escrito en la fachada de la penitenciaría: “Hágase justicia aunque el mundo perezca”.
nicolasidarraga@gmail.com
