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Tragedia para la que no hay estadísticas

Nicolás Rodríguez

04 de mayo de 2012 - 06:00 p. m.

En el tema de los corteros de caña todo lo que podía salir mal está peor.

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Quizás este sea un buen momento para recordar una inquietante columna del antropólogo Jaime Arocha, en la que a partir de una reseña crítica de la película “Perro come perro”, el profesor se refiere a la forma como en la película se naturaliza la idea de que el cuerpo negro es inmune al dolor y el sufrimiento.

De ahí, la reseña cinematográfica transita a las duras condiciones de trabajo de los corteros de caña, por ser este un espacio en el que ese mismo cuerpo es violentado. Si afro descendiente, creerían dueños y administradores de los ingenios azucareros del país, mucho más resistente. Al calor, primero. Pero también al cansancio. Y al trabajo pesado. A cargar, cortar y quemar a temperaturas que solo un cuerpo negro, entonces, podría tolerar.

Pues bien, ahora que ya hace un buen rato que pasó el cuarto de hora mediático de los corteros de caña, sus historias de vida vuelven a la prensa. En esta ocasión, claro está, de la mano de la violencia, que como siempre impone agenda. El asesinato de Daniel Aguirre, líder que le apostó al sindicato de corteros de caña y se la jugó por unas mejores condiciones laborales, probablemente hará su tránsito a la impunidad, como también quedaron impunes las palabras del entonces ministro de agricultura, Andrés Felipe Arias, quien afirmó que tras la huelga de los corteros se escondían “fuerzas oscuras”.

Nada muy diferente de lo que también alegó por esos días el presidente del gremio azucarero, Asocaña, quien no vio fuerzas “oscuras” sino “extrañas” en el movimiento huelguista. Es más, como se recordará el entonces presidente Álvaro Uribe no dudó en anunciar que las Farc habían impulsado la huelga, como siempre, al tiempo que desde el Ministerio de Protección Social se le informaba en tono bien cínico a los insolentes corteros que bajo el modelo de contratación de las cooperativas (justamente lo que Aguirre quería cambiar), los asociados, por ser empresarios (tal cual: empresarios) y trabajadores al mismo tiempo, “no pueden ejercer el derecho de negociación colectiva, ni votar la huelga”.

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Desconocemos si la muerte de Aguirre está o no directamente relacionada con el paro de corteros de caña realizado en 2008. Uno tiende a pensar que esa es una obviedad pero bueno, ni modo, tampoco hay motivos para no creerle a David Luna cuando informa desde el Viceministerio de Trabajo que habrá una investigación. Con todo, dos preguntas. ¿Hasta qué punto, para empezar, han modificado nuestras elites dirigentes esa facilidad para disparar el violento gatillo del estigma? O mejor: ¿cómo hacer para que las guerrillas, que en actitud de carroñeros merodean la protesta, no puedan ser instrumentalizadas por los inhumanos genios que asesoran a nuestros dirigentes? (¿Y con cuántas pastillas para dormir logran conciliar el sueño estos ilustres consejeros?) ¿Qué anexo, pues, hay que agregarle al TLC para que los políticos se lo piensen dos veces antes de recurrir, para efectos de neutralizar las demandas sociales, a la barata, eficiente, rápida y letal incriminación?

De nuevo: es más fácil creerle a Rafael Pardo en su rol de Ministro del Trabajo, que al entonces despropósito impresentable que era Diego Palacios. Pero igual, cabe la pregunta: ¿entiende la administración de Santos qué parte de lo que significa la perdida de un líder difícil de remplazar como este, que reivindica, convoca y organiza entre fuegos enemigos, no queda registrada en las alegres estadísticas oficiales que suelen anunciar mejorías pro TLC en el número de asesinatos de sindicalistas? ¿Está claro, por lo menos, la magnitud de la tragedia?

Luego una acotación, también, a la sugestiva columna de Jaime Arocha: ¿hasta qué punto no hace parte del imaginario colonial la idea de que no habrá oposición alguna, de que no puede haberla entre estos cuerpos obedientes y debidamente domesticados?

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nicolasidarraga@gmail.com

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