El último discurso de Petro en el Consejo Nacional de Paz, Reconciliación y Convivencia pasará a la historia como el día en que el presidente osó sugerir que el Banco de la República debería emitir bonos para indemnizar a las víctimas. Sin duda, una provocación. Y como tal fue cubierta por varios medios de comunicación.
Pero el mensaje de fondo era otro. Encapsularlo en titulares alarmistas sobre la deriva chavista de la economía colombiana es, como mínimo, deshonesto.
Antes que la discusión sobre el posible origen de los recursos, de lo que se trató fue de alertar sobre la imposibilidad financiera de cumplirles a las víctimas con sus reparaciones. Según sus cálculos, por el camino que vamos nos tardaríamos 125 años en hacerlo.
Igual ocurre con el Acuerdo de Paz con las Farc. El dinero disponible y lo que cuesta implementar lo firmado bajo el gobierno de Santos no cuadran. De nada valdrá que una oficina ministerial sea encargada del tema si los recursos no están garantizados. Y ello, con un agravante: el paréntesis destructivo que fue la presidencia de Duque, que en materia de paz hizo poco pero mal.
Los números de la restitución de tierras confirman lo sombrío que es el panorama. La meta de tres millones de hectáreas que debían ser entregadas en un espacio de tiempo de 15 años tampoco se va a cumplir. Las declaraciones del director de la Agencia Nacional de Tierras sobre la incongruencia de las cifras presentadas por la administración de Duque oscurecen aún más la radiografía (“La tierra reportada en el Fondo de Tierras ya estaba ocupada, ya tiene dueño”).
En fin, un discurso apremiante, pero quizás necesario, al que le sobraron las pullas a la prensa por supuestamente no hablar de estos temas o ser parte de un establecimiento interesado en que se perpetúen las violencias. Como si la revista Semana y sus parecidas fuesen las únicas fuentes de información.
