De Nueva York salieron en 1949 los encargados de investigar, para el secretario general de Naciones Unidas, los efectos y las implicaciones del chacchado, mambeo o mascado de las hojas de coca en Perú y en Bolivia. El “Informe de la Comisión de Estudios de las Hojas de Coca” pasó a la historia académica como un excelente ejemplo de lo que no se debe hacer: preguntas retóricas, metodologías chimbas, conclusiones apresuradas, correlaciones inexistentes y una bibliografía de prejuicios. Además de altas dosis de racismo.
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Un pedazo del documento gira en torno a si se puede o no probar que el mambeo degenera la raza. Para todo hay una conjetura, un cruce de variables. Mambeo y atraso, mambeo y desempeño de los padres, mambeo e higiene, mambeo y crecimiento, mambeo y alcoholismo. Abundan los momentos eureka en los que, oh, sorpresa, surge casi que como hipótesis que en condiciones normales los niños indígenas parecen ser tan inteligentes como los de raza blanca.
Por supuesto que eran otras épocas y la raza era todavía una categoría científica. El texto corre por ahí en línea, como curiosidad y fuente primaria. Sobre la coca y los indígenas, el tema de investigación, no aporta nada. De sus autores, por el contrario, lo dice todo. La foto panorámica que pretendieron tomar es una selfie.
Aunque resulte divertido ridiculizar el estudio, otros se lo tomaron en serio. También en Nueva York y no mucho tiempo después, en 1961, se pactó en Naciones Unidas la Convención Única sobre Estupefacientes que prohibió comer o fumar opio, usar marihuana o hachís, y mascar la hoja de coca. La idea general era que para 1989 la práctica del mascado tendría que haber desaparecido.
Ahora Bolivia y Colombia presionan para que se nos permita salir de la década del 40 y su estrecho horizonte moral. A nosotros, los que el informe ya tildaba una y mil veces de atrasados y premodernos.