En la historiografía nacional hay una leyenda negra para el Frente Nacional en la que se le juzga, muchas veces con razón, como un pacto entre élites para la alternancia en el poder entre liberales y conservadores. Vale decir, argumentado y decidido por arriba entre los jefes de los partidos políticos.
Ahora que el presidente Gustavo Petro propone una fórmula similar como solución política para Venezuela conviene recordar que, no obstante las merecidas críticas de los que también señalaron la tendencia del acuerdo a excluir fuerzas políticas no bipartidistas, otros investigadores del experimento consociacional han resaltado algunos de sus méritos (Hartlyn, Pécaut y, más recientemente, el profesor Gutiérrez Sanin). En particular, en la disminución de la violencia por razones puramente partidistas.
La posible solución no es entonces ningún disparate, más allá de que el Frente Nacional sea el clásico ejemplo de periodo histórico ante el que otro Petro, uno menos práctico, gritaría gustosamente “abajo la oligarquía”. Como sea, sí hay aspectos del Frente Nacional que envejecen mal. Y lo que preocupa acá es que el presidente debe conocerlos, pero quizás no le resultan tan graves. Me refiero concretamente al tema de los efectos del Frente Nacional sobre la domesticación y, en otras ocasiones, la negación de la memoria de la época de la Violencia.
Era, por supuesto, otra época y otras sensibilidades. El valor moral que tiene hoy la idea de la víctima no existía. De hecho se hablaba de “damnificados”. No contábamos todavía con un lenguaje para los derechos humanos. Aún así, hubo 300 mil muertos. O más. ¿Y cuántos cientos de miles de desplazados?
Si Petro quisiera que su fórmula fuese tomada en serio en Venezuela y a nivel internacional, habría que introducir igualmente mecanismos de rendición de cuentas y espacios para que se tramiten las verdades sobre lo que ha sido el régimen chavista y lo que supone la dictadura.