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Un museo sin película

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Nicolás Rodríguez
21 de agosto de 2015 - 08:39 p. m.
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POR SUPUESTO QUE EL COORDINADOR regional de agencias de comunicación de Despegar.com está equivocado si cree que el “Pablo Escobar Tour” es una ocasión para reflexionar. La indignación que genera esta iniciativa es tan vieja como la coca.

Aunque pensándolo al revés (reflexionándolo) acaso tenga algo de razón. Esta graciosa idea empresarial, tan original como cualquier fotografía de Pablo Escobar y sus motos acuáticas, es una oportunidad para construir un verdadero museo sobre el narcotráfico.

En realidad cualquier idea lo es. No importa qué tan mercachifle sea. Incluso es oportuna la llegada de Tom Cruise a Colombia en búsqueda de alguna inspiración para las nuevas escenas suyas que ya no requieren de un doble. (“¿Por qué las escenas peligrosas parecen reales? Porque son reales”: así posibilitaron la última Misión Imposible).

La Top Gun de narcos que se nos viene encima con Tom en el papel de Barry Seal, el exagente de la CIA que botó al agua a los hermanos Ochoa, podría beneficiarse de una hacienda Nápoles menos divertida e infantilizada. Antes de filmar el primer avión que coronó Escobar, pueda ser que los productores se interesen en enfocar los huecos que abrió la guaquería local en búsqueda de dorados escondidos.

El museo del narcotráfico no debería ser un cementerio de objetos de película. Nada de extravagancias y lujitos de colección. Ojalá sin hienas disecadas. Sin reliquias. Sin pistolas de oro con esmeraldas incrustadas. El guión de un museo como este no contiene personajes excéntricos, que para eso están los galanes y las de aventuras.

De hecho, el narcoturismo seguirá existiendo. Siempre habrá espacio, morbo y aburrimiento para la historia de un hipopótamo más. Pablo Escobar le pertenece tanto a Antioquia como a la pantalla grande. Poco importa si lo ponen de Dick Tracy o Robin Hood. La urgencia museográfica está en construir un espacio con más drama que acción. Una guerra contra las drogas, por ejemplo.

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