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La noticia rebotó sin amortiguador, hecha plasta en las salas de redacción de más de un medio latino: Colombia se va de parque temático militar.
“El más grande de Suramérica”, tituló con morbo El Mercurio de Ecuador.
No serán las más transparentes pero sí son las más consentidas: las fuerzas militares quieren su participación en la torta de la memoria y la defensa de los derechos humanos. Un camuflado, unas botas, una foto, un souvenir. Todo es coleccionable. La noticia es por supuesto bastante simpática: un Disney militar, solo esa cola le faltaba al burro.
Chistecitos aparte, si el tema es cierto (nadie lo ha negado), tampoco es que sea nuevo. La nación está hecha de referencias militares. Los lugares de la memoria son también los lugares de los militares, con su incorregible tendencia a bautizar calles y enaltecer desconocidos bustos que solo las palomas visitan. El ejercicio de rememoración castrense parece decimonónico pero habrá que tomárselo en serio. No solo se gana con balas.
Según el comunicado divulgado por la Agencia EFE, el punto es “recrear la historia”. Habrá panteón y dos museos, con todo tipo de juguetes: hologramas, monumentos y pantallas interactivas. El Ministerio de Defensa habría explicado que hasta contarán con “realidad aumentada”, como si la que ya tenemos no fuese suficiente.
Como sea, la iniciativa es legítima. Lo que no cuadra es el momento. La sincronía. La casualidad. Si ya hay un ejercicio de memoria histórica en curso, ¿por qué no integrarse con todo y las observaciones críticas requeridas? ¿Por qué acampar aparte? Si el futuro en La Habana realmente es el posconflicto, esta es una acción de conflicto.
Un parque temático requiere curaduría, edición, libreto. Con cada verdad arrancan inevitablemente las mentiras. ¿Cómo representar los falsos positivos en un parque temático al margen de una historia que no sea de heroísmo y salvación? ¿Una ruleta rusa, acaso? ¿Una casa del terror? ¿Con qué atracción?
