Un gramo y medio de pasta base de coca por una Coca-Cola. Para ser exactos: 1,3 g.
Esta es la realidad descrita por los periodistas de The New York Times en su último artículo sobre Colombia y las promesas incumplidas del proceso de paz, cinco años después.
En un pueblo llamado La Paz, que se encuentra “a más de tres horas de la ciudad más cercana, por un camino largo y embarrado”, la base de cocaína es entonces la moneda que compra los fríjoles. Y el café, el arroz, el azúcar, la sal...
Como lo ha sido siempre en otros pueblos con nombres igualmente esperanzadores.
La reportería es excelente, el texto es equilibrado. Cita expertos, investigadores, al Instituto Kroc, que le hace seguimiento a la implementación…
En fin, se le confirma lo básico a un público dispuesto a dudar de las mentiras en que suele incurrir Duque cuando está de gira: que para muchos de los que creyeron en el proceso de paz la situación no mejoró.
Y por el lado del asesinato de líderes, evidentemente empeoró.
Ojalá lo lean. Pero si no, que lo vean. Pues lo que realmente impacta de la publicación, en inglés y en su versión en español, son las fotografías de Federico Ríos (una vez más).
Que los violentos imponen un orden es algo bastante estudiado en el conflicto colombiano. Puede ser la “rebelocracia”, para usar el término de la profesora Ana Arjona. O una mezcla en la que el orden se lo reparten varios, incluido el Estado.
Cualquiera que sea el lente teórico predilecto, leyes no escritas como las de la lista de precios están evidenciadas en las fotografías de Federico.
En la idea sencilla de comparar los precios del arroz, una cerveza o un rollo de papel higiénico según lo que se paga en gramos de pasta base hay verdades duras de injusticias históricas que deberían calificar como testimonio ante la Comisión de la Verdad.