A nadie se le niega una foto. O eso debió pensar el sonriente ex secretario de Defensa Donald Rumsfeld cuando posó para la cámara junto a un joven y desconocido Iván Duque.
“Donald Rumsfeld, el asesino de 400.000 personas, muere apaciblemente”: así tituló The Daily Beast el fallecimiento del que también fue, según Duque, “un gran amigo de Colombia”.
Este buen hombre de mirada afable fue el encargado de invadir Irak después de los ataques a las Torres Gemelas. No existían evidencias creíbles de relación alguna entre Al Qaeda y Saddam Hussein e igual aprovechó.
El mundo contemporáneo, con las guerras fabricadas e interminables, que fueron a dar a la destrucción más reciente de Siria, sería otro desde entonces. Gracias al expresidente George W. Bush y a este tío bonachón.
Ya era viral, desde antes de su muerte, el memorando desclasificado en que Rumsfeld autorizó interrogaciones de más de 20 horas para los detenidos en Guantánamo. “Si yo me paro entre ocho y diez horas diarias, ¿por qué pararse está limitado a cuatro horas?”, garabateó de su puño y letra en el memorando.
Quizás a esa alegre disposición hacia todo, incluida la tortura, se refería nuestro presidente cuando le reconoció “amplia capacidad de análisis y sentido del humor”.
La lista de razones para tomar distancia del personaje que Duque muy seguramente recordará como “un tipazo” se cuenta en número de refugiados. Y sigue en construcción.
En The Atlantic no lo bajaron de “el peor secretario de Defensa en la historia estadounidense”. Otros lo presentan como un criminal de guerra más.
Lo que da pavor no es que Duque se una o no a las críticas merecidas al legado de Rumsfeld. Podría saludar a la familia en modo cordial y diplomático, pero no, no sería suficiente. Acá había que sacar la foto y contar la historia. Yo lo conocí.
Es la frivolidad lo que asusta.