Sin siquiera contar con el respaldo completo de su partido político, el candidato a la Alcaldía Carlos Vicente de Roux se retiró en silencio hace algunos días.
Los analistas de oficio han incurrido en los tradicionales análisis de coyuntura política para explicar lo inexplicable: una persona terriblemente competente que no les grita a sus contrincantes nunca sonó en las apuestas de los encuestadores.
Sobre el ahora excandidato cayeron varias críticas, todas muy parecidas. El común denominador es que se trata de un verde que no les impone su moralina a los demás. Que no los colorea. Traducción: que no anda por la vida electoral arrojando vasos de agua para empapar la discusión mediática.
Y algo más: que es aburrido, como un vaso de agua. O sea gris. A Carlos Vicente de Roux se le quiere populista, como Clara; histérico, como el inefable Pachito (“soy el candidato contra las Farc”, lo que sea que eso quiera decir), o soñador, al estilo de la ingeniería grandilocuente de Peñalosa. Quizás el único que ha tenido que cargar con acusaciones parecidas es Rafael Pardo, cuya seriedad natural ante las cámaras lo ha llevado a tratar de parecer más amigable y bonachón.
Se dirá que en política todo es cuestión de formas. Y colores. Y que el verde debería ser alegrón y medio hippie, en vez de pausado e insípido, como corresponde. Pero nada de esto debería desvanecer al excandidato. En Carlos Vicente de Roux hay una sintonía con las futuras generaciones que no tienen los demás. El verde cantimplora de Pachito, el verde ladrillo de Peñalosa, el verde oscuro de Clara y el verde aguado y pálido de Pardo no la tendrán fácil en los años por venir.
Si no fue en esta, que sea en las próximas. Locales o nacionales. Cuando el verde sea el color de la política gris.
