Álvaro Uribe anda muy preocupado con el marco jurídico para la paz. No quiere amnistías, tampoco indultos. Ondea las banderas del Derecho Internacional Humanitario e imparte cátedra de derechos humanos.
Es un Uribe obsesionado con las formas, respetuoso de lo internacional y sus tratados, muy demócrata, muy considerado con las víctimas, muy humanitario (y muy expresidente).
Durante sus primeros cuatro años como gobernante, sin embargo, lo primero que hizo fue abrir el debate sobre los grupos de derechos humanos “al servicio del terrorismo”. Eran apenas los inicios de la polarización y, por consiguiente, más de uno celebró lo que parecía ser un interés real, desinteresado, en el desenmascaramiento de falsas organizaciones.
Con todo, la otrora útil consideración se le convirtió en estrategia política, si no es que en obsesión, manía y tic nervioso. La Corte Constitucional llegó incluso a aconsejarle que debía “abstenerse de emitir cualquier declaración o afirmación que lesione o ponga en riesgo (los derechos fundamentales)”.
Igual la práctica continuó. Ya copiada, socializada, naturalizada, legitimada e institucionalizada la categoría del “terrorista”, su uso indiscriminado (o incriminado) se convirtió en herramienta política. Y una bastante poderosa, por lo demás: el derecho a la palabra, al bautizo, a la sentencia. El derecho a nombrar.
Que ya existía, claro está, luego no hay nada nuevo o siquiera creativo en ello. Desde que el Estado es Estado el contenido del diccionario político le pertenece. En épocas no tan lejanas, el apodo de moda era el de “bandolero”, y las consecuencias no siempre fueron distintas.
Pero si el expresidente está tan interesado en que no le abramos campo al indulto y la amnistía de guerrilleros (o terroristas, o narcoterroristas, o como sea que toque llamarlos), que considere también que el derecho a la memoria forma parte de esas nuevas conquistas morales que hoy dice defender. Luego no olvidamos.
No se nos pasa, por ejemplo, que también llevó a algunos a pensar que en Colombia no había conflicto. Y si no hay conflicto, ¿para qué lo humanitario?