Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
No hablará con sus mascotas, como el nuevo presidente de Argentina, pero ladra duro. Es Geert Wilders, el líder del Partido por la Libertad (PVV) que el miércoles pasado sacó la mayor cantidad de escaños en las elecciones celebradas en los Países Bajos. Con 37 de los 150 disponibles, el partido que promueve abiertamente la islamofobia se impuso. Lo que sigue para Wilders es la aburridora y gloriosa política de la conciliación, de la que depende para lograr una mayoría y ser nombrado primer ministro.
Los segundos en votos, una alianza de izquierdas y verdes (PvdA-GL, 25 escaños) capitaneada por Frans Timmermans, ya habían dejado en claro que no les darían alas a las posiciones extremas de Wilders. Falta ver si la centroderecha (VVD, 24 escaños), el partido desde el que Mark Rutte fue elegido primer ministro en cuatro ocasiones consecutivas desde el 2010, ahora en manos de Dilan Yesilgöz, se acerca al uno (en campaña no lo descartaron) o se alía con los otros. Y les sigue un partido cristiano demócrata, creado en vísperas de las elecciones (el NSC, 20 escaños) por Pieter Omtzigt, quien también descartó una coalición con Wilders.
El día a día de la política en los Países Bajos no es un tsunami de noticias de última hora. En la artesanía de las coaliciones, necesarias para gobernar, todos ceden. Los que ganan las elecciones son potenciales perdedores.
Hecha la salvedad, el resultado es catastrófico para el proyecto político de la Unión Europea. En un país que suele registrar globalmente como liberal y progresista, un cuarto de las personas votaron por una plataforma que aboga por el fin del asilo para refugiados, la prohibición de coranes y mezquitas, la duda ante el cambio climático (“no debemos tener miedo”), su propio brexit y que cesen incluso las disculpas por el pasado colonial.
Desde Francia, Marine Le Pen saliva y espera su turno. Trump aplaude y se peina el copete encantado.
