Varias universidades europeas tomaron partido por Ucrania. Como era de esperarse y como es debido ante la agresión injustificada que supone el ataque ruso. Pero como no se ha hecho con otros episodios igualmente violentos.
Los líderes políticos de la Unión Europea rápidamente cerraron el cerco. En el caso de Alemania hubo incluso un llamado a elevar el gasto en defensa. En las embajadas rusas de diversas ciudades ha habido protestas. En las calles, en la radio, en la televisión y en los periódicos también.
En el museo de cera de París, el director le arrancó la cabeza al personaje de Putin y la guardó en una caja ante las cámaras.
La indignación está clara.
Con su poderío bélico, Rusia está violando gravemente las reglas del derecho internacional. Algunos internacionalistas hablan de un nuevo orden mundial. Otros cuestionan la evidente incapacidad de las Naciones Unidas para someter a Rusia (y en general a los países más poderosos).
Entre las razones para prender las alarmas, no ha bastado con señalar la violación de derechos humanos. En juego parecería haber mucho más.
En la BBC, un reportero manifestó estar emocionalmente afectado, ante los ojos azules y el pelo rubio de las víctimas europeas.
En la cadena de televisión estadounidense CBS, otro corresponsal, desde Kiev, recordó indignado que se trataba de una ciudad “relativamente civilizada, relativamente europea”.
En el canal de noticias francés BFMTV, alguien más dijo: “Estamos en el siglo XXI, estamos en una ciudad europea y vemos misiles como si estuviésemos en Irak o en Afganistán”.
Desde el canal de televisión inglés ITV, una presentadora agregó: “Lo impensable ocurrió, esto no es un país en desarrollo o del tercer mundo, esto es Europa”.
En fin, las razones para reaccionar (o guardar silencio) salieron a flote.
Como lo explicó con pinzas la profesora Maxine David, de la Universidad de Leiden, en referencia al apoyo universitario a Ucrania: “Tales declaraciones son necesarias y valiosas, pero también quiero verlas en relación con otros conflictos”.