DURANTE LOS ÚLTIMOS AÑOS, MI vida se desenvolvió completamente en medio de la política colombiana.
Participé en campañas electorales en todos los niveles territoriales. Hablé en universidades, calles, plazas, iglesias, tiendas y salones comunales, con micrófono, megáfono y a grito herido, en reuniones y a través de medios de comunicación, por la mañana, al mediodía y hasta altas horas de la noche. Aprendí sobre el funcionamiento del Estado y de la realidad colombiana. Recibí golpes duros con frecuencia y aprendí a dudar de la palabra y a aguantar sin reparo la falta de lealtad. Pero también disfruté al participar de la construcción y realización de iniciativas en beneficio de los colombianos. Conocí de cerca las necesidades y preocupaciones de millones de personas que habitan las más diversas latitudes de la geografía nacional. Me tocó ganar y perder elecciones, controlar la pasión para que no me obnubilara el juicio y respetar la identidad, el origen y las ideas de quienes combatí y de quienes trabajaron de mi lado. Me sorprendí al ver el grado de compromiso de un líder con su causa. Pero sobre todo aprendí a controlarme. Más que a dar órdenes, busqué aprender a mandarme bien a mí mismo, en un ambiente en el cual, como decía Uribe Uribe, la mano de todos se levanta contra uno y la de uno está levantada contra todos.
En este tiempo, disfruté cada minuto, cada discurso, cada proyecto aprobado, cada realización de la administración y cada momento en el cual un ciudadano sentía el respaldo del Estado a través de sus programas o sus actuaciones. Sentí el peso de la responsabilidad y el temor de no estar tomando las decisiones adecuadas. Viví en carne propia el desprecio de la gente por quienes nos dedicamos al ejercicio permanente de la política, y por eso trabajé con más bríos, tratando de demostrar que es posible vivir para la política y no de la política. Entendí que lo importante de servir no es quedarse con el honor sino asumir las responsabilidades que la investidura obliga. Finalmente, entendí que dedicar la vida a lo público es tomar la decisión de darse a los demás, puesto que sólo por amor uno puede hacer todo lo que implica ser servidor público y dejar de hacer tantas otras cosas.
Ahora, desde el sector privado, recuerdo con nostalgia pero también con alivio mis años de actividad política. Extraño la posibilidad de tomar decisiones y, sobre todo, la oportunidad de incidir para hacer bien a los demás y mejorar su calidad de vida. Pero al mismo tiempo, respiro con calma al no tener que soportar las inclemencias de la vida pública, las arbitrariedades de algunos y sus prejuicios, el odio y sus derivaciones. Disfruto la tranquilidad que ahora tengo y sobre todo, haber recuperado tiempo de calidad con mi familia. Me regocijo al no tener que ser víctima de agravios permanentes, de no tener la amenaza latente de una denuncia, una demanda, una acción arbitraria en contra mía a cada instante, de vivir a la defensiva.
Dejar la actividad política no ha sido algo fácil, pero supongo que será más difícil volver, luego de sentir la tranquilidad que siento al estar por fuera de ella.
Twitter: @NicolasUribe