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Hablar de grandes directores suele llevarnos a dos extremos: la crítica feroz o la admiración sin reservas. James Cameron, sin duda uno de los cineastas más influyentes del siglo XXI, no escapa a esa lógica. Pero más allá de su talento, ha forjado un vínculo visible con las causas ambientales, que conviene revisar desde otra perspectiva: la de su impacto.
El agua ha sido un elemento central en sus historias. En The Abyss (1989) exploramos las profundidades; en Titanic (1997), sentimos la tragedia del océano; y en Avatar (2009), entramos en mundos exuberantes conectados con la naturaleza. Sin embargo, detrás de estos relatos hay decisiones de producción de enorme escala ambiental.
The Abyss se filmó en una planta nuclear abandonada usando dos tanques que requirieron más de 10 millones de galones de agua. Aunque se argumenta que usar un ambiente controlado redujo otros impactos, rara vez se menciona el desperdicio hídrico en sí mismo.
Para Titanic, Cameron mandó construir un complejo de 160.000 m² en Rosarito, México. Se llenaron dos tanques con 17 millones de galones de agua de mar, tratada con cloro para lograr la claridad necesaria en cámara. Una vez terminado el rodaje, el agua fue vertida al océano sin tratamiento. En 2020, pescadores locales reportaron una caída del 50 % en la pesca, mientras investigadores señalaron la desaparición de un tercio de las especies marinas locales.
Aunque algunos argumentan que el estudio fue reutilizado por Pearl Harbor (2001), como forma de “compensación”, no existen informes ambientales que respalden esa idea. Lo que para la comunidad fue una oportunidad económica temporal, dejó secuelas ecológicas profundas sin reparación.
En Avatar, si bien no se filmó en entornos acuáticos reales, se emplearon más de 4.000 servidores para procesar los efectos visuales, lo que implicó un altísimo consumo de energía y agua, sobre el cual no se han publicado reportes oficiales.
Tal vez estas experiencias han llevado a Cameron a convertirse en un defensor del planeta. Su activismo reciente podría entenderse como un intento de compensar los impactos de sus propias producciones. Pero con el poder que ostenta, también tiene la posibilidad real de transformar la industria: incorporando sostenibilidad desde el guión hasta la postproducción y exigiendo estándares más altos en las grandes producciones.
*Norma Cuadros González es investigadora y asesora en sostenibilidad para las industrias creativas. Dirige el festival Planet On y adelanta un doctorado en políticas culturales en la Universidad de Warwick, donde estudia los impactos ambientales de la producción audiovisual global desde una perspectiva de género.
