Sufriendo mucho, más de la cuenta, y con una tremenda dosis de expectativa hasta el último minuto, el Atlético Nacional, el bien llamado la máquina verde, conquistó anoche su estrella número 14 en el fútbol profesional colombiano y no sólo alcanzó a Millonarios en la cuenta, sino que se apuntó su tercer título en línea.
La conquista no fue tarea fácil. El Júnior le complicó la vida y por instantes lo hizo lucir mal en la cancha, tanto que la definición del título se resolvió en la ruleta de los penaltis. Pero lo cierto es que durante el camino el equipo paisa fue el mejor. Se clasificó de manera anticipada a las semifinales de la Liga Postobón y, mientras atendía sus compromisos de la Copa Libertadores de América, se abrió el paso hasta la final.
Si bien su máximo objetivo, que era justamente la Libertadores, no lo cumplió, Nacional salvó el semestre con un nuevo título, otra vez de la mano de su técnico Juan Carlos Osorio, un hombre que día a día se gana el respeto hasta de aquellos que su pasado en Millonarios se atrevieron a calificarlo de recreacionista. Me quito el sombrero ante Osorio, un diez como persona y como profesional. Con defectos y virtudes como todos, pero con el conocimiento suficiente para entrar con letras doradas en la historia del fútbol colombiano. La eliminación de la Copa Libertadores si bien lo desencajó, porque obvio es un técnico al que no le gusta perder, el risaraldense logró una vez más que la máquina verde llegara a lo más alto. No lo hizo con el mejor brillo ni con el buen fútbol que nos tiene acostumbrados, pero la jerarquía que tiene Nacional nadie se la puede quitar.
Sufriendo mucho, más de la cuenta, y con una tremenda dosis de expectativa hasta el último minuto, el Atlético Nacional, el bien llamado la máquina verde, conquistó anoche su estrella número 14 en el fútbol profesional colombiano y no sólo alcanzó a Millonarios en la cuenta, sino que se apuntó su tercer título en línea.
La conquista no fue tarea fácil. El Júnior le complicó la vida y por instantes lo hizo lucir mal en la cancha, tanto que la definición del título se resolvió en la ruleta de los penaltis. Pero lo cierto es que durante el camino el equipo paisa fue el mejor. Se clasificó de manera anticipada a las semifinales de la Liga Postobón y, mientras atendía sus compromisos de la Copa Libertadores de América, se abrió el paso hasta la final.
Si bien su máximo objetivo, que era justamente la Libertadores, no lo cumplió, Nacional salvó el semestre con un nuevo título, otra vez de la mano de su técnico Juan Carlos Osorio, un hombre que día a día se gana el respeto hasta de aquellos que su pasado en Millonarios se atrevieron a calificarlo de recreacionista. Me quito el sombrero ante Osorio, un diez como persona y como profesional. Con defectos y virtudes como todos, pero con el conocimiento suficiente para entrar con letras doradas en la historia del fútbol colombiano. La eliminación de la Copa Libertadores si bien lo desencajó, porque obvio es un técnico al que no le gusta perder, el risaraldense logró una vez más que la máquina verde llegara a lo más alto. No lo hizo con el mejor brillo ni con el buen fútbol que nos tiene acostumbrados, pero la jerarquía que tiene Nacional nadie se la puede quitar.