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México se caracterizaba por ser uno de los países más machistas de América Latina. Así lo mostraban las películas de los años 50 y las telenovelas recientes. En las ceremonias de matrimonio civil, los notarios recitaban una epístola a los contrayentes en donde se veneraba al varón y la mujer era un ser obediente. La redactó Melchor Ocampo a quien consideraban en su época un “liberal”. Político de trayectoria, fue ministro de Benito Juárez.
En esa admonición se decía que el hombre tenía las dotes sexuales del valor y la fuerza para dar protección, alimento y dirección, y la mujer tenía las dotes de abnegación, belleza y compasión para ofrecer asistencia, consejo y consuelo, “tratando [al marido] siempre con la veneración que se debe a la persona que nos apoya y defiende, y con la delicadeza de quien no quiere exasperar la parte brusca, irritable y dura de sí mismo, propia de su carácter”.
Por más de 140 años, la epístola de Melchor Ocampo fue una expresión del machismo mexicano. En los años 70 del siglo pasado, la entonces primera dama Esther Zuno de Echeverría, esposa del presidente Luis Echeverría Álvarez, realizó una campaña encaminada a modificarla, ya que la consideraban denigrante para la mujer. Su labor solo tuvo éxito en 2007, cuando, ¡por fin!, las mujeres se liberaron del varón y la derogaron. De pronto les pareció más liberal la de san Pablo.
Tanto ha evolucionado la sociedad mexicana que para el próximo año se perfilan dos candidatas presidenciales: Claudia Sheinbaum, por el partido Morena, del presidente AMLO, y Xóchitl Gálvez, de una coalición del PAN, el PRI y Revolución Democrática.
Ninguna posibilidad para que se cuele un hombre, como sucedió con Ernesto Zedillo, a quien apodaron Pedillo porque salió sin querer.
