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Cuando se iban a cumplir diez años de la muerte de Álvaro Gómez le pidieron a su amigo y contradictor, el presidente López Michelsen, que hiciera un perfil del dirigente asesinado para publicarlo en un libro, junto con otros escritos.
Por supuesto no dudó en escribirlo. Allí rememora los años de juventud que pasaron juntos en el College Sant Michel de Bruselas, la amistad y personalidades disímiles de sus padres, quienes se conocieron tardíamente, a pesar de su recíproca admiración, y “no tuvieron nunca una intimidad que les hubiera permitido si quiera el tratamiento de tú”.
Dice López en su escrito que Álvaro Gómez era un monumento de cultura que heredó de su padre los atributos del orador. ¿Por qué no fue presidente de la República y por qué tampoco ejerció un cargo administrativo alguno de importancia, distinto a las embajadas que desempeñó? Según el expresidente liberal, la razón de su insuceso y frustración radicó en lo prematuro de su carrera pública cuando “merced al apoyo paterno, ya había sido congresista, embajador y vocero de su partido antes de los 30 años”.
“Curiosamente —agrega López—, conductas físicas, como usar silbatos de metal en el recinto del Congreso, cuando se encontraba entre los miembros más jóvenes, fue un gesto que lo persiguió a lo largo de su vida”.
Pues el artículo apareció en un libro de homenaje: Álvaro Gómez Hurtado, para volver a vivir, publicado por la Universidad Sergio Arboleda. Allí aparecen también otros escritos de Enrique Gómez Hurtado, Belisario Betancur, Gustavo Vasco, Carlos Holguín Sardi. El protocolo establecía la lectura en acto especial y la entrega del libro. López lo leyó y, ante la sorpresa de muchos de los asistentes, varios de la familia se abstuvieron de saludarlo cuando concluyó la lectura.
¿Por qué? Hace diez años me hago esa pregunta.
