Los días más difíciles de un gobernante son los finales. Ya nadie lo busca, el celular ni le timbra. A Santos comenzaron a renunciarle muchos de sus altos funcionarios porque tienen aspiraciones electorales y no quieren inhabilitarse. Quienes lo requerían hace unos meses hicieron la U y ahora hacen cola en búsqueda del nuevo huésped de la Casa de Nariño. Antes, en el entonces Banco Ganadero, habilitaban una amplia oficina en su edificio de la calle 72 para uso del presidente electo, donde atendía políticos, empresarios y lagartos, previa a la toma de posesión. Es que ese período, entre la elección y la posesión, debe ser interminable tanto para el que se va como para el que llega.
El tiempo más largo que hemos tenido en un cambio de gobierno fue en 1949 y 1950. Luego de los hechos de orden público y políticos del 9 de abril, el 5 de junio se cumplieron las elecciones para Cámara de Representantes, Asambleas y Concejos, en donde el liberalismo tuvo mayoría. Ante ese panorama esperanzador ese partido patrocinó un proyecto de ley que buscaba anticipar las elecciones presidenciales para el 27 de noviembre de 1949, a pesar de que el electo debía posesionarse el 7 de agosto del año siguiente.
El debate del proyecto estuvo saturado no solo de encendidos discursos. Se pasó de las palabras de grueso calibre al abaleo. Cruzaron ráfagas en todas las direcciones. Una bala en el tórax dejó sin vida al representante liberal Gustavo Jiménez, otra alcanzó la pierna de Jorge Soto del Corral (exministro liberal y quien había hecho la defensa del proyecto), a consecuencia de lo cual falleció meses después.
El proyecto fue finalmente aprobado. El presidente Ospina lo objetó, pero la Corte Suprema de Justicia le dio vía libre. Las elecciones se cumplieron como estaba en la nueva ley: 27 de noviembre, pero, por falta de garantías, el liberalismo no participó y se abstuvo. Se eligió a Laureano Gómez y como presidente electo le tocó esperar nueve meses para posesionarse. ¡Qué situación tan embarazosa para él y para Ospina!