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Por decisión del presidente Rafael Núñez, a Carlos Holguín le correspondió reanudar las relaciones con España.
Durante el invierno de 1881, hallándose en Roma, recibió la comunicación para cumplir esa misión. El 9 de febrero del año siguiente lo recibió en Madrid el rey Alfonso XII y en ceremonia especial entregó sus cartas credenciales. Después del acto, el monarca lo llevó a los apartamentos de la reina, haciéndole grandes elogios al discurso que acababa de oír y le añadió: “Y tú no podrás formarte idea de él aunque te lo leeré, pues otra cosa es como lo ha dicho el señor Holguín”.
“Cuando uno habla con vuestra majestad —le respondió el colombiano—, tiene derecho a llevar la amabilidad con los otros hasta la lisonja”.
Holguín manifestó en carta dirigida a su esposa: “La reina no es muy bonita sin ser fea, pero sí me pareció muy inteligente y amable. El rey no deja nada que desear”.
Esa misión fue corta, con el único propósito de reanudar relaciones con España. Por esos años Holguín viajaba por Europa con más facilidad que si lo hiciera por nuestras tierras, contrario a su cuñado Miguel Antonio Caro, quien jamás salió de la sabana de Bogotá. Tiempo después fue nombrado ministro permanente en España hasta finalizar el año de 1886. Tantas manifestaciones de aprecio de la monarquía dieron pie para que don Carlos Holguín les obsequiara el tesoro quimbaya que ahora, con razón, los colombianos pedimos se nos devuelva.
Sobre este mismo tema, y a propósito de lo que aquí se escribió la semana pasada, bueno es aclarar que Alfonso XII fue padre de Alfonso XIII, abuelo de Alfonso de Borbón, quien nunca fue rey, y bisabuelo de Juan Carlos I, el rey más barato de la historia, porque sólo costó un Franco.
