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Muchos se preguntan por qué los EE. UU. establecieron un mecanismo tan complejo para elegir presidente de la República.
La verdad es que los padres fundadores partieron de la base de que esa nación era una federación, la unión de 13 colonias, unos pequeños estados que se habían separado de la Gran Bretaña y se declaraban independientes y soberanos. Por esa circunstancia, pensaron ellos, al mandatario nacional no lo podían elegir directamente todos los ciudadanos, sino los estados. Esa es la razón por la que cada estado elige a sus delegados a un colegio electoral que es el que finalmente elige al presidente de la República.
Pero para que lo anterior se cumpla hay unas etapas previas, que no regula la Constitución sino que cada estado, en forma independiente, y a su vez cada uno de los partidos, lo regula según su propio parecer. Es así como cada uno de ellos organiza sus convenciones como le da la gana para que soberanamente escojan sus delegados (en primarias, abiertas o cerradas, o en asambleas) y que a su vez allí determinen el programa de gobierno y su candidato.
Lo que sí regula la Constitución es la etapa siguiente: la verdadera y propia elección (en noviembre), cuando los partidos ya han escogido al candidato. Los ciudadanos votan por unos compromisarios quienes, a nombre de los estados que hacen parte de la unión, eligen al presidente.
Ha sucedido en dos ocasiones que quien tiene el mayor número de votos ciudadanos pierde. Ocurrió en 1876 cuando Rutherford B. Hayes ganó siendo que Tilden obtuvo 251.746 votos populares de más; y en 1888 cuando Cleveland le ganó por 95.096 votos populares a Benjamín Harrison, quien resultó electo por haber tenido 233 delegados contra 168.
Ojalá todo el anterior complejo mecanismo electoral conduzca que la señora Clinton le dé más de cuatro Trump… adas al candidato republicano.
