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El puente sobre el río Magdalena, que une a Barranquilla con Ciénaga y Santa Marta, fue una obra que esperó muchos años para su ejecución.
Pero tan pronto se concluyó hubo un gran debate sobre cómo se llamaría. Lo más natural es que llevara el nombre de un destacado hombre de la Costa, como Alberto Pumarejo, que había sido gobernador, alcalde, ministro, embajador, designado. Sin embargo los conservadores salieron con el cuento de que debería llamarse Laureano Gómez.
Cuando el presidente Misael Pastrana lo inauguró aún no había consenso sobre el nombre que llevaría. Por eso, en ese momento, en columna que publiqué en este periódico (07-04-74), y teniendo en cuenta la dimensión de la obra y los nombres que se barajaban para bautizarlo, propuse que se llamara puente Largo: la l por Laureano; la a por Alberto Pumarejo; la r por Rodrigo de Bastidas, que fue quien conquistó el río Magdalena, y go por Gonzalo Jiménez de Quesada, quien lo recorrió para llegar y fundar a Santafé de Bogotá. Largo no sólo recogía esos nombres sino además hacía que resultara una palabra que mostraba el tamaño de la obra. Nada, se optó por una fórmula salomónica: en un lado se le puso Alberto Pumarejo y del otro Laureano Gómez. Y la gente lo llama el puente sobre el río Magdalena.
Por una extraña circunstancia los conservadores son muy dados a bautizar los puentes con nombres de sus más destacados dirigentes, así como los liberales designan las avenidas con nombres de sus jefes. En Bogotá, por ejemplo, hay Jorge Eliécer Gaitán, Alfonso López Pumarejo, Carlos Lleras Restrepo, pero nadie las llama así sino sigue identificándolas como carrera 17, carrera 5ª, calle 100.
Además de este puente, Laureano Gómez, el que está cerca de Neiva se llama Luis Ignacio Andrade, y el que está cerca de Plato, Magdalena, Antonio Escobar Camargo. Esto para citar sólo unos ejemplos porque se me quedan varios en el tintero, entre otros los puentes Emiliani, que hacen por miles.
La atracción de los conservadores a los puentes es tanta como a la mermelada.
