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Colombia se caracteriza por atentar contra sus candidatos presidenciales. La “mala costumbre” viene desde hace más de cien años cuando atentaron contra el general Rafael Uribe Uribe, militar de la guerra de los Mil Días y futuro candidato presidencial. Era entonces jefe máximo del liberalismo porque había otros –Olaya Herrera, Eduardo Santos y Benjamín Herrera—que con algunos conservadores crearon el efímero Partido Republicano que eligió presidente a Carlos E. Restrepo. Lo reemplazó el conservador José Vicente Concha y Uribe fue víctima de una campaña en su contra por parte de los republicanos quienes le atribuían la derrota, a la cual se sumó que el nuevo gobierno designó dos ministros liberales uribistas. Eran los únicos de un gabinete conservador. Ante esos hechos, dos artesanos que habían quedado cesantes –Leovigildo Galarza y Jesús Carvajal— decidieron darle muerte con dos hachazos en las gradas del Capitolio Nacional. El hecho ocurrió el 15 de octubre de 1914 y Uribe falleció al día siguiente.
Qué casualidad que 110 años después otro Uribe, el tan querido e inteligente Miguel Uribe Turbay, hijo de Miguel y de la inolvidable Diana, sea víctima de un vil atentado que está por ser aclarado. Hay que rechazar enfáticamente este hecho y hacer votos por su feliz recuperación. Hasta el momento de escribir esta nota, Miguel sigue recluido en una unidad de cuidados intensivos luchando por su vida.
No podemos regresar a aquellos funestos años en que el narcotráfico asesinó a varios candidatos presidenciales. Se necesita que el presidente y sus más íntimos colaboradores beligerantes, así como voceros de la oposición, contribuyan moderando su lenguaje para que el país realice un proceso electoral en paz y concordia, que es la única forma para que gane la democracia.
