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El atentado guerrillero

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Óscar Alarcón
22 de enero de 2019 - 05:00 a. m.
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El atentado terrorista contra la Escuela de Cadetes General Santander no deja de ser extraño. Se apartó de todos los parámetros que han empleado en sus actividades subversivas organizaciones como el Eln. Uno no entiende cómo el mismo que compró el vehículo lo conduzca, lo lleve cargado con los explosivos, pretenda burlar la seguridad, estalle y finalmente muera como cualquier kamikaze. Habitualmente, nunca es la misma persona quien participa en todo el proceso, sobre todo cuando se asegura que fue preparado con meses de anticipación.

La verdad es que el Eln siempre ha sido una organización sui generis, desde sus inicios. Cuenta uno de sus mejores biógrafos, el australiano Walter J. Broderick (autor de sendos libros sobre Camilo Torres y el cura Manuel Pérez), que esa guerrilla la comenzó Fabio Vásquez Castaño en el cerro de los Andes, en Santander, con un par de fusiles y algunas escopetas que aportaron campesinos. Entre sus primeros militantes estaban jóvenes del MRL. La primera acción militar fue el asalto a una oficina de la Caja Agraria en Simacota, población situada a 15 kilómetros del Socorro. Solo 26 hombres y una mujer participaron en esa loca operación ocurrida un martes 6 de enero de 1965. Pocas horas después apareció el Ejercito y los guerrilleros regresaron muertos de miedo a la selva.

Esa incursión —engrandecida por la prensa— entusiasmó a universitarios y al cura Camilo Torres, quienes tomaron el camino del monte creyendo que la toma del poder era por las armas y que Santander iba a ser nuestra Sierra Maestra. La vinculación de Camilo y luego de un grupo de sacerdotes, como el español Manuel Pérez, le dieron un tinte religioso que lo ha dejado sin cura.

Hoy el Eln parece ser una organización guerrillera sin dirección y, en un comunicado trasnochado e insólito, sacan la mano por el “mocho”. 

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