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El Canal de Panamá

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Óscar Alarcón
19 de agosto de 2014 - 03:00 a. m.
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El Canal de Panamá, que acaba de cumplir cien años de funcionamiento, existe gracias a dos tiros que acabaron con la vida del presidente William McKinley. Cuando los franceses lo construían en medio de grandes dificultades, los EE.UU. estaban empeñados en hacer un canal interoceánico por Nicaragua.

Los franceses habían conseguido el privilegio de las obras en 1878, con el presidente Aquileo Parra. El 13 de marzo de ese año llegó a Bogotá Lucien Napoleón Bonaparte Wyse, pariente no muy lejano pero ilegítimo de Napoleón. En dos meses se legalizó el convenio entre Francia y los Estados Unidos de Colombia. ¿Fue esto ejemplo de rapidez oficial o eficacia legislativa, o la figura ilegítima pero aristócrata facilitó los trámites, o se iniciaron desde entonces los sobornos, o las mordidas a que estamos hoy acostumbrados, porque quien parte y reparte le toca la Bonaparte? ¿Será válida alguna de estas preguntas o todas las anteriores?

La obra la inició en 1880 Ferdinand de Lesseps —quien si bien ya era un anciano de 70 años, retirado de compromisos, gozaba de la gloria de haber construido el Canal de Suez—, pero factores geográficos, climáticos y económicos llevaron a la quiebra la compañía. Mientras tanto, EE.UU. se empeñaba en hacer otro canal por Nicaragua, pero en septiembre de 1901 vino el asesinato del presidente McKinley, abanderado de la obra en el país centroamericano. Asumió el vicepresidente Theodore Roosevelt, quien atendió y se dejó convencer del francés Philippe Bunau Varilla, quien era accionista de la empresa quebrada y convenció al nuevo mandatario de la inconveniencia de hacer un canal por Nicaragua. No solo acogió la recomendación, sino aceptó que EE.UU. siguiera con lo que se había comenzado en el istmo y si el gobierno colombiano no aceptaba, Panamá se separaba. Así sucedió y el mismo ciudadano francés, a nombre de la nueva nación panameña, firmó como canciller el tratado Bunau Varilla-Hay, que permitió esos propósitos y que el canal comenzara a operar hace cien años. Mientras tanto, en Bogotá éramos víctimas de la dictadura del poetariano de Marroquín.

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