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El Estado y las vacas sagradas

Óscar Alarcón

14 de septiembre de 2015 - 03:57 p. m.

Los Estados de democracia clásica u occidental están basados en el principio fundamental del autogobierno.

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Pretenden resolver mediante la identificación lo más perfecta posible entre gobernantes y gobernados. El problema es conciliar la libertad de cada uno con la libertad de todos. Como las funciones gubernativas no pueden asumirse directamente por todos los ciudadanos, se requiere conferirlas a personas designadas por procedimientos electorales. Nace, entonces, la democracia representativa.

Como es imposible la unanimidad de las decisiones, se ha adoptado el principio de las mayorías, conciliándolo con una amplia tutela de los derechos de las minorías. Esto se logra mediante numerosas instituciones, típicas del Estado de derecho, tales como: pluralidad de órganos constitucionales y aceptación de la teoría de la división del poder; constitución rígida y control de constitucionalidad de las reformas constitucionales y de las leyes ordinarias; parlamento o congreso electivo, generalmente bicameral, con participación de las minorías y capaz de influir sobre la dirección de la política general del Estado; una amplia descentralización administrativa que permite la autarquía que da pie a que existan el federalismo (norteamericano, alemán, francés), la autonomía (española), el regionalismo (italiano).

El principio jurídico en donde se basa esta forma de Estado puede sintetizarse en el aforismo: “Gobierno de la mayoría con respeto a los derechos de la minoría”. Estos son dos principios positivos que se combinan: la libertad y la igualdad. En la primera, por su puesto, está la libertad de expresión, que nos permite decir estas cosas.

No soy enemigo de las corridas de toros, voy una que otra vez a la plaza, y me he complacido con esa fiesta y extasiado leyendo las crónicas de Hemingway sobre los Sanfermines y las muchas corridas a las que asistió. Creo que esas minorías merecen el respeto en un Estado social de derecho. Para eso no se hicieron las consultas. Es más difícil lidiar a un toro que a un alcalde que pretende imponer su voluntad por dársela de vaca sagrada.

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