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El fin de Pinochet

Óscar Alarcón

09 de noviembre de 2020 - 10:00 p. m.

Por fin los chilenos resolvieron echar por la borda —allende el mar— el último reducto que tenían de Pinochet. Una Constitución elaborada por el dictador, en donde él se estableció un período presidencial de ocho años, pero confiaba tanto en su popularidad que convocó un plebiscito para que lo reeligieran por otro similar. Tamaña sorpresa se llevó cuando, a pesar de todos los vaticinios, el pueblo le dijo que no y dos años después tuvo que dimitir. Se restableció la democracia, él quedó como senador vitalicio, se mantuvo su Constitución y se eligieron presidentes constitucionales, entre otros el socialista Ricardo Lagos, quien fue colaborador de Salvador Allende.

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Ese país, que es una estrecha franja de 4.000 kilómetros de longitud, que tiembla todos los días, que está separado de Argentina y Bolivia por los Andes y del Perú por el desierto, que limita al oeste con el océano Pacífico y al sur con la Antártida, tiene unos habitantes que, según el autorizado análisis del cronista Jon Lee Anderson, son “personas aisladas e insulares; al igual que los alemanes, son incapaces de tomar iniciativa; necesitan que les digan lo que han de hacer. Por eso les vino tan bien Pinochet”.

Los neoliberales de finales del siglo XX pusieron a Chile como ejemplo de un país de excelente manejo económico, con un modelo de política pensional que nosotros copiamos y que tanto allá como aquí hizo crisis, circunstancias que condujeron a las movilizaciones que llevaron al plebiscito de hace unos días y al fin de la Constitución de Pinochet.

Lo que tumbó a Pinochet, cuando no lo reeligieron, y ahora cuando se votó contra su Constitución, fueron plebiscitos porque el pueblo se pronunció sobre una persona. Lo que viene después, cuando el pueblo sea convocado para votar por el texto de una nueva Constitución, será un referendo. No hay que equivocarse, como lo hicimos nosotros en 1957.

De todas maneras, bien por Chile. Peló el cobre.

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