No le dio resultado al presidente Santos la institucionalización del Ministerio de la Presidencia, un organismo cercano al despacho del mandatario, del que sólo lo separaba una puerta, encargado no sólo de las cuestiones domésticas del alto gobierno, sino también de servir de línea directa del jefe del Estado con la clase política y otros organismos externos.
En muchos países eso funciona a las mil maravillas, pero en Colombia, en donde muchos dicen ser compañeros de póquer del presidente Santos o sus contertulios en los pubs ingleses, eso estaba condenado al fracaso.
Sin tantos títulos —sobre todo porque ahora están muy discutidos— esas funciones las cumple la secretaria general de la Presidencia, que siempre ha manejado el computador de Palacio, en donde se detallan la carrera administrativa y los nombramientos hechos a la carrera. Simplemente se necesita que el funcionario les dé carácter a sus funciones. En nuestra historia palaciega hay dos casos emblemáticos de secretarios generales caracterizados: Rafael Naranjo Villegas en el gobierno de Misael Pastrana Borrero y Germán Montoya en el de Virgilio Barco. No era que mandaran sino que eran personas de confianza de esos mandatarios, que los conocían y sabían hasta dónde llegaban sus límites y funciones. El cargo lo hace la persona y no el título.
A propósito de lo anterior y de los recientes hechos políticos, hay quienes aseguran que el presidente César Gaviria está molesto con el Gobierno, que está en guerra. La verdad es que el ilustre expresidente es el dueño de la paz. Tiene a Humberto de la Calle manejando los diálogos de La Habana, a su hijo Simón ordenando el presupuesto desde Planeación, a Rafael Pardo dirigiendo el posconflicto, Fabio Villegas va a dirigir el plebiscito y, como si lo anterior fuera poco, tiene a María Paz. Así las cosas, ¿cuál guerra?