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Winston Churchill es el personaje universal que más admira el presidente Juan Manuel Santos y la historia del colombiano los viene asimilando. Ambos periodistas y políticos, con triunfos y derrotas.
El inglés jamás ganó el premio Nobel de Paz, mereciéndolo, pero sí el Nobel de Literatura por sus memorias sobre la segunda guerra mundial. Hoy Santos acaba de ganar el Nobel de Paz por su persistente lucha en favor de la paz de su país, a pesar de la derrota que sufrió cuatro días antes, en el plebiscito.
Según García Márquez, la Academia Sueca le concedió el Nobel de Literatura a Churchill solo porque era el hombre con más prestigio de su tiempo y no era posible darle ninguno de los otros premios, y mucho menos el de la paz (El Espectador. 08-10-80). Por el contrario, años después sostuvo el mismo García Márquez que si existiera el premio Nobel de la Muerte, “este año (1982) tendrían asegurado sin rivales el mismo Menájen Begin y su asesino profesional Ariel Sharon”, quienes ese año habían ganado el de la Paz (El Espectador. 29-09-82).
(A propósito de García Márquez, si hoy viviera, no habría sido extraño que los noruegos lo habrían puesto a compartir el Nobel de la Paz con Santos, por la lucha que libró siempre en favor de la desmovilización de los grupos subversivos en Colombia).
¿Si fue justo y merecido al premio a Santos? Por supuesto que sí. Nadie discute los esfuerzos que ha hecho nuestro mandatario por lograr la paz, pero hoy el proceso está estancado y es difícil que llegue a la meta. Los resultados del plebiscito y la guerra sucia que condujo al triunfo del No, no presagian un buen futuro.
En 1990, por medio de una ingeniería constitucional, con una séptima papeleta que jamás se contabilizó, y gracias al artículo 121 de la Carta de entonces (norma que acababa con uno y terminaba con uno), lograron convocar una constituyente que enterró la Constitución de entonces y expidió una nueva. ¿Se podrá hoy hacer algo similar?
La patria está por encima de los egos.
