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Se recordaron, con dolor y rechazo, los cuarenta años del holocausto del Palacio de Justicia. Los relatos nos transportaron a tan trágicos sucesos que ojalá no se repitan en este país tan lleno de violencia y de venganza. Pero lo que quedó claro es que nadie se explica por qué los hechos sucedieron cuando los servicios de inteligencia del Estado conocían las amenazas, lo cual trascendió a la prensa días antes. Hasta recordaron, por ejemplo, que en la mañana del mismo día de la toma, a las diez, en la cafetería del Palacio, el presidente del Consejo de Estado Carlos Betancur Jaramillo y su compañero Gaspar Caballero Sierra, observaron sorprendidos que ni las puertas del garaje del sótano, ni en la recepción de la entrada principal, ni en los pasillos, se encontraban los agentes de policía que desde el 16 de octubre habían prestado un servicio especial de vigilancia.
El “secreto a voces” era tal que el 20 de septiembre el Consejo Nacional de Seguridad se reunió en el club Militar con el ministro de Defensa; el director de la Policía, general Víctor Delgado Mallarino; el jefe del DAS, coronel Miguel Maza Márquez; los ministros Jaime Castro y Enrique Parejo. Por la Corte Alfonso Reyes, Ricardo Medina, Carlos Medellín, Alfonso Patiño y Manuel Gaona Cruz. Se acordó un inmediato servicio de escolta a los dos últimos y la realización de un nuevo estudio de seguridad.
Paradójicamente, las nuevas medidas de seguridad no se incrementaron sino, por el contrario, quitaron las que había en los días previos a la toma. ¿Quién dio la orden? En un trabajo muy completo que publicó Alfonso Gómez Méndez, hace diez días en Cambio, hacía la misma pregunta e invitaba al director de la Policía de entonces, general Víctor Delgado Mallarino, “que está vivo”, para que respondiera. Cinco días después, falleció.
El escritor y periodista Ramón Jimeno, en su libro Noche de lobos, cuenta que el general Miguel Vega Uribe, quien fue ministro de Defensa, “murió el mismo día en que fue llamado por la Corte Suprema de Justicia a responder por los hechos del Palacio” (página 80). ¿Será que el silencio mata?
