En su reciente visita al país, el secretario de Estado de EE. UU., Antony Blinken, declaró que la hacía para conmemorar los 100 años de la reanudación de las relaciones entre los dos países. Estas se rompieron luego de la separación de Panamá, el 3 de noviembre de 1903, y fue el presidente Marco Fidel Suárez quien se puso a la tarea de “mirar al norte”. Impulsó el tratado conocido como Urrutia-Thomson, que se firmó el 6 de abril de 1914, pero que solo lo aprobó nuestra Cámara de Representantes el 22 de diciembre de 1921, hace 100 años, después de una serie de avatares, tropiezos y aventuras.
Inicialmente, ese instrumento internacional ofrecía sinceras disculpas (“sincere regret”) al Estado colombiano por el despojo de que había sido víctima, pero, naturalmente, el Congreso norteamericano no aceptó esas buenas maneras, porque implicaba una sindicación al gobierno republicano de Theodore Roosevelt, quien pronunció la célebre frase “I took Panamá”. Discusiones allá y acá, y al final todo se resolvió con una indemnización de US$25 millones que recibió nuestro tesoro nacional.
La oposición al tratado en el Congreso de Colombia la lideraban los liberales Luis Cano, Pedro Juan Navarro, Uribe Echeverri y Daniel Ronderos (suplente del general Benjamín Herrera) y los conservadores José Vicente Concha, Laureano Gómez y Alfredo Vásquez Cobo.
Si bien el presidente Suarez cayó, no por el tratado, sino por vender su sueldo, la oposición parlamentaria contribuyó a su retiro. El encargado del gobierno, Jorge Holguín, con la habilidad política que le faltaba a Suárez, arregló el problema nombrando a Enrique Olaya Herrera como canciller para que sacara adelante el acuerdo.
Paradojas de la política: uno de los enemigos del tratado, Laureano Gómez, fue nombrado en el gobierno siguiente, en el de Pedro Nel Ospina, ministro de Obras Públicas. Gracias a la indemnización hizo tanta infraestructura que construyó su propia candidatura presidencial. Lo de Suárez le sirvió de Marco.
