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En 1930 Latinoamérica da un giro en materia política. Se instala en la República Dominicana Rafael Leonidas Trujillo; en la Argentina es derrocado Hipólito Yrigoyen y lo reemplaza un régimen militar; en el Brasil, Getúlio Vargas, por medio de un golpe de Estado, termina siendo presidente; en el Perú el comandante Sánchez Cerro se levanta en armas contra el gobierno de Leguía; en Chile, Marmaduke Grove, otro coronel, instaura una efímera republica socialista; en El Salvador, el general Maximiliano Hernández tumba al presidente y comienza su dictadura de 13 años; en Guatemala, Jorge Ubico inicia la suya, que se prolongará hasta 1944. En Colombia cae la Hegemonía Conservadora y se posesiona Enrique Olaya Herrera, luego viene la Revolución de Marcha de López Pumarejo.
El domingo pasado comenzó una nueva etapa para Colombia, el país más conservador de Latinoamérica, que después de López Pumarejo no había tenido un gobierno de izquierda. El mismo Álvaro Gómez lo definió así: “Colombia es un país conservador que tiene la mala costumbre de votar por los liberales”. Luego de la Constitución de 1991, cuando el M-19 logró las mayorías individualmente, algunos daban por hecho que ese grupo reinsertado llegaría a la jefatura del Estado con Antonio Navarro, pero no fue así. Se intentó con Carlos Gaviria y solo logró 2’613.000 votos.
El inolvidable analista Antonio Caballero, antes de su fallecimiento, había definido al hoy presidente electo: “Lo que no me gusta de Petro es su manera de ser. Petro es Petro y eso es lo malo que tiene”. Pero en estas últimas semanas se ha mostrado diferente, con un viraje al centro que fue, probablemente, lo que le dio el triunfo.
Hay que confiar en ese cambio porque el país lo prefirió antes que a ese baboso que engañó a mas de 10 millones de colombianos con su discurso de la “robadera”. No le podía ir peor contando con el apoyo de Íngrid, quien ya se creía canciller.
