Encuestas y votos

A COMIENZOS DEL SIGLO XIX, SÓLO una pequeña parte de la población en Inglaterra tenía derecho al voto.

Se necesitaron más de 100 años para que el sufragio se extendiera y se convirtiera en universal, sin distingos de raza, patrimonio y sexo. Hoy, cuando en el mundo ya todos pueden participar, gran número de ciudadanos prefiere no cumplir con ese derecho porque las encuestas, en vez de predecir un resultado, terminan manipulando al electorado.

Se oyen frases como estas: “Para qué voto, si ya se sabe quién va a ganar”, “Yo iba a votar por fulano, pero para qué, si va a perder”, “A mí me gusta zutano, pero mejor voto por quien va a ganar”.

Las encuestas se tiraron el régimen electoral. Si en 1946 las hubiera habido en Colombia, con seguridad que el presidente habría sido Gabriel Turbay y no Mariano Ospina Pérez. El liberalismo habría votado mayoritariamente por el “turco” y no se hubiera dividido entre él, Turbay (441.199 votos, 32%) y Jorge Eliécer Gaitán (358.957, 26,27%). Las encuestas habrían pronosticado que Gaitán estaba en desventaja y, de pronto, con un realismo político, el líder popular habría declinado su aspiración. O muchos liberales, pensando que iban a perder con Ospina Pérez (565.939 votos, 41,42%), habrían votado por el mayoritario de su partido. Lo que hoy se conoce como el “voto útil”.

Pero las encuestas no se habían inventado entonces y vino la derrota del liberalismo, el 9 de abril y la consiguiente época de violencia. Hoy, quienes van ganando las encuestas creen en ellas, y los que no sostienen que la verdadera encuesta es la del día de las elecciones. Si en los próximos comicios ellas aciertan, ¿por qué no pensar en acabar con las elecciones y en su reemplazo hacer encuestas? Se ahorraría gran cantidad de plata, nadie hablaría de fraude, el presidente Uribe no tendría tema para hablar de la Fiscalía y todos los encuestadores se creerían Napoleón.