Los hijos de Pablo Escobar resolvieron volverse de mejor familia. Se cambiaron los apellidos para ponerse unos de la decadente Candelaria: Marroquín Santos.
Los Marroquín son de ingrata recordación en nuestra historia y, por lo demás, son de la más rancia estirpe santafereña, más que bogotana, y que nada tiene que ver con la raza antioqueña.
Don José Manuel Marroquín fue un terrateniente de la sabana de Bogotá, poeta, escritor, gramático, y que, como en uno de sus poemas (“en más de una ocasión, sale lo que no se espera”), resultó presidente en uno de los períodos más oscuros de nuestra historia: la Guerra de los Mil Días y la separación de Panamá.
Era Marroquín un hombre tranquilo, hacendado, quien luego de escribir El Moro, Blas Gil y el Diccionario ortográfico en verso —que memorizaban nuestros abuelos— recibió por parte de Miguel Antonio Caro la propuesta de hacer parte de una fórmula presidencial a la que no pudo decir que no porque nunca supo decir que no. Resultó, de esa manera, metido en una actividad que aborrecía: la política. Y luego encargado de la Presidencia, para su desgracia y del país.
Pero Marroquín, además, tenía un hijo, Lorenzo, que, como se diría hoy, era una “joyita”. “El hijo del Ejecutivo”, lo llamó Caro. Aseguran que hizo platica por la separación de Panamá. Fue quien construyó el castillo Marroquín, que aún subsiste a la salida de Bogotá, por el norte. Publicó una mediocre novela, Pax, llena de acertijos e incógnitas contra gente de la época, en 1907. A propósito se dijo entonces que el presidente Marroquín tuvo un hijo que hizo una novela que se vendió poco pero cuyo autor se vendía fácil.
El hijo de Escobar, Juan Pablo Escobar, o Sebastián Marroquín Santos, acaba de publicar un libro sobre su padre que tiene una novedad: asegura que el “capo” se suicidó. Sobre su muerte se ha especulado mucho, cuando lo único cierto es que Pablo murió como Kennedy: en Tejas.