Los ingleses, los británicos y aún los del Reino Unido tienen la costumbre de llevarles la contraria a los demás.
Se diferencian de la mayoría de los estados de derecho porque no tienen Constitución; los carros llevan el timón a la derecha, a pesar de que en todas partes los tienen a la izquierda, igual que en las calles y avenidas, en donde los carros andan por la izquierda y no por la derecha, como se transita en la mayor parte del mundo; siendo un importante país en el Viejo Mundo, hacen parte y no hacen parte de la Unión Europea, y por la misma razón mantienen su propia moneda, la libra esterlina, y no el euro; ha sido el único país que en una época estuvo dirigido por dos mujeres, la reina Isabel y la primera ministra Margaret Thatcher; su idioma, por lo menos frente al nuestro, construye las frases al revés: no dicen casa blanca sino blanca casa (white house).
En la terminología jurídica anglosajona, Inglaterra con Escocia y Gales constituyen lo que se llama la Gran Bretaña, mientras que el Reino Unido lo es la Gran Bretaña con Irlanda del Norte. Pues los escoceses estuvieron a punto de separarse, pero gracias a un referendo, cumplido la semana pasada, siguieron siendo de la Gran Bretaña y, por consiguiente, del Reino Unido.
Muy bien quedar como antes, sobre todo porque a Escocia la queremos mucho quienes somos amantes del whisky. Los guajiros se lo toman seco, en vaso pequeño, como los propios escoceses, pero en cambio otros lo degustamos en vaso largo con hielo y algo de agua. Si Escocia hubiera ganado el referendo ya estaría de moda el Escocia Libre, un coctel horrible, de whisky con Coca-Cola, similar al Cuba Libre (ron y Coca Cola) que se tomaba antes de la Revolución y que afortunadamente los Castro lo cambiaron por el mojito. Como dice un amigo mío: “La Coca Cola no me gusta. Es mejor la coca sola”.
La derrota al referendo separatista fue un triunfo del primer ministro inglés porque no cayó en aquello de Cameron que se duerme...
