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Definitivamente, los gringos son muy confiados.
¿Cómo es posible que en los últimos años al menos 16 personas se hayan saltado la cerca de la Casa Blanca? En esas cuentas, y en las estadísticas, tampoco aparece la vez en que Pablo Escobar, también como Pablo por su casa, se la saltó, posó con su hija y se tomó una foto en los propios jardines de esa sede presidencial. Pero lo más grave de todo fue lo que sucedió recientemente, el 16 de este mes, cuando un desconocido con arma al cinto se montó en el mismo ascensor de Obama cuando éste visitaba las instalaciones del Centro para el Control de las Enfermedades en Atlanta. ¿Será que así controlan las enfermedades?
Aquí en Colombia la seguridad es muy seria, tanto que para que unos paramilitares entren a la Casa de Nariño, así sean invitados por algún alto funcionario del Gobierno, deben hacerlo subrepticiamente, por los sótanos.
Por esa confianza que tienen los gringos es por lo que han matado a varios de sus mandatarios. A Abraham Lincoln lo asesinó en 1865 el actor John Wilkes Booth en el teatro Ford. A James A. Garfield, en 1881, le disparó en una estación de tren Charles Jules Guiteau y falleció setenta días después de convalecencia. A William McKinley le disparó el anarquista León Czolgorz en 1901, y murió seis días después. A John F. Kennedy lo asesinó en Dallas Lee Harvey Oswald en 1961, y Ronald Reagan fue víctima de un atentado del que afortunadamente salió con vida.
A pesar de todos esos antecedentes, los norteamericanos siguen muy confiados en sus organismos de seguridad. Cuando la Cumbre de las Américas de Cartagena, los guardaespaldas de Obama se dedicaron a buscar espaldas y no a guardarlas. Y ahora el presidente toma un ascensor con un hombre armado.
Los colombianos, por el contrario, son muy cuidadosos, tanto que hay expresidentes con 300 guardaespaldas y las camionetas blindadas de seguridad interrumpen tanto el tráfico que no dejan trabajar a los tapahuecos de Petro.
