Cuando en una excelente crónica, en Los Danieles, Daniel Coronell rememoró, hace cuatro semanas, la manera en que el Noticiero Nacional cubrió el vil atentado que le costó la vida a Luis Carlos Galán, mostró cómo Javier Ayala, improvisado de presentador, entregó en primicia los últimos minutos del líder en Soacha. Las tomas, sin edición y con el profesionalismo que siempre lo caracterizó, revelaron al reportero, que acaba de fallecer, dando la noticia de cómo se había producido el atentado. Precisamente cuando Coronell leía su crónica, Javier comenzaba a sentir los primeros síntomas del COVID-19, que lo llevó a la muerte.
Me unió con él una amistad de más de 50 años comenzada aquí, en El Espectador, cuando yo me iniciaba y él era, desde entonces, el mejor reportero económico del país. Había llegado del Valle del Cauca, iniciándose en El Siglo. Con su llegada a este periódico comenzamos a departir en la redacción, en agradables reuniones, haciendo el comentario diario de los hechos de este país, salpicados con la nota de humor de la que era tan agudo. Luego se sumaría a esa amistad otro joven venido de la Costa, a quien don Guillermo Cano descubrió y trajo a Bogotá: Juan Gossaín. Con Javier comenzamos a mostrarle a Juan lo que era la capital, cómo debía preservarse del frío y cambiar el sancocho sinuano por la bouillabaisse de doña Sabina, del Hotel Continental. Los tres no solo tertuliábamos sino que casi diariamente visitábamos el Capitolio en búsqueda de noticias. Javier se nos escapaba para cubrir la Junta Monetaria.
Seguimos todos en el oficio sin que esa amistad se rompiera. Con Javier volví a trabajar junto a otro de El Espectador, Jaime Viana, y a Adriana Prieto en la revista Economía Colombiana, de la Contraloría General, hasta hace solo un mes, cuando lo atacó el coronavirus.
Javier fue el ejemplo típico de un periodista. Le gustaba tanto el oficio, que hasta comía papel.
Acompañamos a Carmen y a su familia. Adiós. Nos veremos. Te llevo Chivas.