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No hay que sorprenderse. Desde cuando asumió el coronel Hugo Chávez —que juró ante la moribunda Constitución de entonces— llamó a Venezuela república bolivariana. Y hoy, con su sucesor Maduro, el mundo está convencido de que esa nación es una dictadura.
Pero ¿de qué nos sorprendemos? Responden al título que se adjudicaron. ¿Acaso el Libertador no fue amigo de la dictadura? Estando en el Perú patrocinó la Constitución de Bolivia. ¿Y qué establecía esa Carta? Nada más ni nada menos que el presidente de la República sería elegido por el poder legislativo, por primera vez, con carácter vitalicio, y en caso de falta absoluta, por muerte o renuncia, lo sucedería el vicepresidente, nombrado por el presidente, con la aprobación del cuerpo legislativo. ¿Qué pasó en Venezuela? Eso. Al señor Maduro lo designó el presidente Chávez, que iba a ser vitalicio. Y contó con el apoyo de Dios, de Dios… Dado.
La Constitución Boliviana se adoptó en el Perú con la aclaración de que “el Libertador y no otro debía ser el presidente vitalicio”. Mientras el vicepresidente Santander rechazó esa Constitución y anunció que iba a defender la de Cúcuta “a todo trance”, una junta popular en Guayaquil consignó en Bolívar “el ejercicio de la soberanía” y le invistió de “facultades dictatoriales”. En Quito el general Juan José Flórez consiguió adherir a lo de Guayaquil confiriéndole “la investidura de dictador”. Nueve de los departamentos que formaban la Gran Colombia proclamaron la dictadura y los otros siguieron en la defensa del régimen constitucional de Cúcuta.
Después vendría el decreto del 27 de agosto de 1828, por medio del cual el Libertador se declaró dictador, acabó con la Vicepresidencia y desconoció totalmente la Constitución de Cúcuta. Luego, el actual gobierno venezolano es una dictadura y la república es una república bolivariana. No nos cabe la menor duda. ¿Qué nos sorprende? Estamos muy maduros para pensar otra cosa.
