No hay que sorprenderse de que un general de la república esté más cerca del cielo que de la tierra. El general Ramón González Valencia llegó a ese grado por su participación valiente en las interminables guerras civiles del siglo XIX, pero en una ocasión en que temía ser derrotado llegó a una iglesia, oró y le pidió al Altísimo que lo ayudara a ganar a cambio de hacer voto de castidad de por vida. Salió del templo y el Señor atendió su pedido, pues resultó victorioso en el enfrentamiento. Siguió su vida con castidad y logró ser vicepresidente del general Rafael Reyes.
El presidente Reyes, que era muy astuto, no quería ser víctima de lo que le hizo Marroquín a Sanclemente y trató infructuosamente, por todos los medios , con “mermelada” y todo, que González Valencia renunciara a la Vicepresidencia. Finalmente, Reyes —que, repito, era muy astuto— supo del voto de castidad de su vice y pidió al nuncio de su santidad, monseñor Francesco Ragonesi, que lo convenciera de dimitir. Se reunieron por dos días en Sogamoso, al final de los cuales cumplió su misión. A cambio, el enviado papal le revocó los votos de castidad y González Valencia se encontró con su mujer, en Paipa, para revivir los tiempos de buena pareja.
González Valencia, tras la renuncia de Reyes, aspiró a la Presidencia y fue elegido por el Congreso. Durante su mandato, como buen religioso, declaró 1909 como “Año Santo”. Y se fue al cielo.
Ahora nos extrañamos de que el director de la Policía, general Henry Sanabria, declare públicamente su condición religiosa, su amor a Cristo y su fe en el más allá. No nos debemos sorprender, conociendo casos como el relatado.
Por algo los radicales del siglo XIX decían esto que he repetido varias veces: “Los conservadores creen que nosotros creemos que ellos creen”.
Feliz Semana Santa.