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Varios “patriotas” han puesto el grito en el cielo porque los documentos de García Márquez (la Gaboteca) terminaran en una universidad de Texas y no en Colombia.
Al comienzo se dijo que hubo una puja y que nuestro país ni siquiera hizo una oferta. ¿Se imaginan si la hubiera hecho? Quinientos mil dólares, por ejemplo. Cifra pequeña para el valor que tienen esos documentos. “¡Cómo, tanta plata por una máquina de escribir vieja y unos papeles rayados! Con eso se pueden construir veinte puentes (dos en Aracataca) para que los inaugure Vargas Lleras”, habría comentado más de uno.
Otra hipótesis: que Mercedes, la viuda de García Márquez, y los hijos los hubieran donado a Colombia. “¿Y eso para qué? ¡Qué tal ese regalo! A nosotros nos toca pagar quien cuide esos papeles y además hay que conservarlos. Debieron regalarlos para no gastar ellos. No, muchas gracias, que se los lleven”.
El liquiliqui, con el que García Márquez recibió el Premio Nobel lo donó en vida al Museo Nacional. ¿Y quién lo ha visto? Nadie. Parece que ahora, para evitarse críticas, lo mostrarán en estos días, pero duró varios años guardado “para que no se dañara”. Sin embargo, sólo lo expondrán por poco tiempo, por las mismas razones.
¿Qué puede reclamarle Colombia a García Márquez? Nada, porque él fue fruto de su propio esfuerzo. Sin embargo, quiso inmensamente a su patria. ¿Cómo lo trataron a él? Va un ejemplo. Cuando el tiempo del apagón, pasaba una temporada en Colombia. Le quitaban la luz en la mañana, en las horas en las que tradicionalmente trabajaba en su máquina eléctrica. Por medio de un amigo le pidió al alcalde de Bogotá de la época que si era posible cambiarle el horario de restricción para seguir en su rutina. El mandatario distrital le mandó a decir: “Dígale que no sea tan pretensioso que Balzac escribía con vela”.
La Gaboteca quedará en el lugar adecuado. En nuestro país le deparaba un uso cabal.
