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La longevidad

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Óscar Alarcón
27 de enero de 2015 - 04:00 a. m.
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Se quejaba el exministro Abdón Espinosa Valderrama de que no se le ha dado la debida importancia al nombramiento como cardenal, a los 95 años, de monseñor José de Jesús Pimiento, por parte del papa Francisco. Yo, por lo menos, sí anoté: “Monseñor Pimiento, es mejor tarde que nun... cio”.

Aprovechaba el exministro para recordar a los de su generación, cercanos al centenario. Además de él, con 93; Jaime Posada, con 90; Otto Morales Benítez, 94; el expresidente Belisario Betancur con 92, y hablaba también de “esa torre elevada de Álvaro Escallón”, quien acaba de llegar a los 90. ¿Qué pasa en nuestro país con los mayores? Adenauer fue el primer canciller alemán a los 69 años y estuvo en el cargo hasta los 87. Y ni hablar de los italianos, tan dados a entregar cargos de responsabilidad a los mayores. Al tantas veces ministro Giulio Andreotti poco le faltó para celebrar su centenario. Giorgio Napolitano acaba de dejar la Presidencia italiana en vísperas de cumplir 90 y después de haber sido reelecto (duró sólo año y medio de su segundo período). Puso en su sitio a Berlusconi, también pasado de años. No dimitió por quebrantos de salud sino porque le dio pereza la ingobernabilidad de su país.

Y ni hablar de Winston Churchill, cuyo cincuentenario de fallecimiento se recuerda por estos días. Participó activamente en la primera y segunda guerras mundiales y a los 77 años volvió a ser primer ministro, cargo que dejó a los 81 años. Además de ser un gran estratega y político, fue un excelente escritor, tanto que fue distinguido con el Premio Nobel, no de la Paz, sino de Literatura Y si le hubieran dado un premio por su longevidad, con seguridad se lo habrían dado los escoceses por ser un buen consumidor de whisky.

Contrario a esos ejemplos europeos, en Colombia a los mayores de 65 los envían al retiro forzoso, al ostracismo, y los condenan a tomar tinto en los cafés, a los que llaman “puerto arruga”. Aquí es grave la ley de la grave edad.

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