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La posesión de Laureano

Óscar Alarcón
05 de agosto de 2014 - 03:30 a. m.

El tiempo que transcurre entre la elección de un presidente y su posesión es un lapso gris en donde quien está en el cargo se siente incómodo, hasta el punto que no se atreve tomar ninguna decisión importante porque prácticamente el tiempo se le ha acabado y se limita a cumplir labores de rutina.

En cambio el electo es acosado por la lagartería y los aspirantes a cargos. Nada de lo primero está sucediendo ahora, porque alguna ventaja debe tener la reelección. Por el contrario, sí hay mucho de lo segundo.

Uno de los más largos períodos entre elección y posesión sucedió con Laureano Gómez. Los comicios se cumplieron el 27 de noviembre de 1949, casi nueve meses antes del 7 de agosto, lo cual significó que durante todo ese lapso prácticamente hubo dos presidentes: Ospina Pérez, quien debía entregar, y el electo, que se suponía estaba ansioso de asumir. Pero hubo algo peor, el Congreso estaba cerrado porque el mandatario en ejercicio tomó esa decisión tan pronto supo que el liberalismo iba a hacerle un juicio político por los hechos que sucedieron después del 9 de abril de 1948.

¿Ante quién se posesionaba el nuevo presidente? Por un error se dijo aquí que el juramento se lo había tomado el magistrado Pedro Alejo Rodríguez, basado en un libro de Arturo Abella. Cuando no hay Congreso el presidente asume ante la Corte Suprema de Justicia. Pues el presidente era Pedro Castillo Pineda, un liberal de raca mandaca, de Chinú (Córdoba), quien dijo que prefería renunciar antes que darle posesión a Laureano Gómez. Así lo hizo y el honor le correspondió al vicepresidente de corporación, el conservador Domingo Sarasti Montenegro, quien pronunció un discurso que gustó tanto al nuevo mandatario que tan pronto terminó la ceremonia lo nombró ministro de Gobierno y lo obligó a rehacer el decreto de gabinete, desnombrando a quien había ofrecido el cargo con anticipación.

Es que cualquiera puede estar en el corazón del gobernante, pero más vale un decreto que muchas pulsaciones. Afortunadamente a Cristo (Juan Fernando) ya no lo crucifican.

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