Las elecciones que acaban de pasar fueron sui generis y mostraron la necesidad de hacer una verdadera reforma electoral. ¿Cómo puede ser que a última hora y aun en el último minuto el Consejo Nacional Electoral y los jueces de tutela determinen quiénes son candidatos y quiénes no? ¿Cómo es posible que aparezcan aspirantes en el tarjetón que no lo son y cuyos votos son nulos?
Cuando en 1957 se estableció en Colombia la paridad en los órganos del Estado, se dispuso después, por el Acto Legislativo 1 de 1959 del Congreso, que la Presidencia de la República debía alternarse entre liberales y conservadores. Fue un golpe a la democracia y allí está el origen de muchos de nuestros males, entre otros, el nacimiento de las guerrillas.
Según esa insólita norma —que no fue del plebiscito—, el Gobierno que debía comenzar el 7 de agosto de 1962 tenía que ser conservador. El ciudadano Alfonso López Michelsen, con una tesis audaz, como gran constitucionalista que era, se presentó como candidato del Movimiento Revolucionario Liberal. Como el acto legislativo aprobado decía que “la elección de presidente de la República que se hiciere contraviniendo lo dispuesto en este artículo será nula”, el aspirante demandó ante el Consejo de Estado. La alternación, sostuvo López, introdujo un factor distorsionante y absurdo. El Congreso, que es el constituyente derivado, no podía ir más allá de lo que dijera el pueblo, que es soberano y el constituyente primario.
De manera rápida, sin trapisondas, como de las que se hizo gala en los pasados comicios, el Consejo de Estado le dio la razón al ciudadano López Michelsen y se permitió su inscripción. Su nombre apareció en las papeletas electorales —entonces no había tarjetones— y su aspiración fue respaldada por cerca de 700.000 votos. A pesar de que no ganó lo suyo, dio un golpe a esas disposiciones insólitas, como las que se aplicaron en los comicios que acaban de realizarse.
Es que la tutela es la tela de los hilos perfectos.
