Cuando en uno de sus relatos García Márquez describió la visita de un papa a estas tierras, dijeron que eso era realismo mágico. En esos años el Sumo Pontífice se mantenía en los límites del Vaticano y en el verano, cuando Roma se calentaba y se llenaba de turistas alemanes, el enviado de Dios si acaso iba a Castelgandolfo, su finca de recreo. El papa Pío XII no era muy dado a viajar, a pesar de que vivió muchos años en Alemania en calidad de Nuncio.
Vinieron los años 60 y el papa Paulo VI le dio por viajar y visitar a Colombia. El realismo mágico se convirtió en realidad. Lo recibió, como lo había escrito García Márquez, un presidente calvo y rechoncho quien, sin ninguna duda, correspondía a la descripción de Lleras Restrepo. El ministro de Gobierno de la época era quien luego fue también presidente, Misael Pastrana, y coincidencialmente en el relato a quien le correspondió leer el bando era Pastor Pastrana, quien se plantó con su redoblante en el centro de la plaza para anunciar ante el país la turbación del orden público, tarrataplán, y el presidente de la República, tarrataplán, disponía de las facultades extraordinarias, tarrataplán, con motivo de la visita del papa a Colombia, tarrataplán, rataplán, plan, plan. Y el papa regalaba caramelos italianos a los niños hoy diríamos que mermelada
Eran los funerales de la Mamá Grande cuando el papa llegó a Macondo. En la realidad lo hizo en 1968, cuando Paulo VI visitó a Colombia. En vísperas de su llegada había divulgado la encíclica Humane Vitae que prohibía la píldora anticonceptiva. El canciller colombiano era Germán Zea, a quien le preguntaron en Lima qué opinaba del documento papal. Él, que se había tomado unos tragos, respondió que quien menos podía hablar de esos temas era el célibe del papa. ¡Se armó el obispero y eso le costó el puesto! Entró en su reemplazo López Michelsen, quien era gobernador del Cesar.
Ahora, en la tercera visita papal, quien va a caer y será crucificado será Cristo.