El presidente Alfonso López Pumarejo también habló desde el balcón del Palacio de San Carlos después de un fallido golpe de Estado. Quisieron defenestrarlo militares en ejercicio, no de la Acore. Había llegado a Pasto el 9 de julio de 1944 y se hospedó en el Hotel Niza, de modestas instalaciones, pero el mejor de la ciudad en esa época. En la madrugada del día siguiente, a las 5:30, presenció desde su habitación manifestaciones hostiles. Eran soldados, muchos de ellos ebrios, que se enfrentaron a la policía cuando esta trató de imponer el orden. El coronel Luis F. Agudelo y el capitán Olegario Camacho lograron llegar hasta la habitación del hotel.
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“Le aviso —dijo el coronel Agudelo— que ha estallado en el país un movimiento militar que se ha apoderado de Pasto, Bogotá y otras ciudades y se ha encargado del gobierno. Tiene usted dos horas para resolver qué quiere hacer. Se le darán completas garantías”.
Hacia las 9:30 de la mañana, nuevamente el coronel Agudelo se reunió a solas con el presidente López y, en cumplimiento de ese leguleyismo que nos caracteriza, aun para los actos de facto, le entregó para su firma una hoja de papel sellado, escrita a máquina, que decía: “Ante los graves problemas que afronta el país, he decidido renunciar a la Presidencia de la República y entregar el mando al coronel Diógenes Gil”.
“¿Para qué quieren ustedes que firme esta mentira? —respondió con indignación el presidente López—. Porque esto es una mentira”.
El golpe fue frustrado. El primer designado Darío Echandía asumió el poder. Dos días después el presidente López regresó a Bogotá, reasumió y, ante una muchedumbre, habló desde el balcón de Palacio.
El ecuatoriano José María Velasco Ibarra dijo una vez: “Dadme un balcón y seré presidente”. Lo fue cinco veces y varias de ellas derrotado. Se caía desde el balcón.
